sábado, 31 de mayo de 2014

I. H. S.



El niño está sentado en la capilla.

Oye “eternidad”, “castigo”, “infierno”, “desesperación”, “siempre”, “siempre”, “siempre”.

El niño siente escalofríos.

Ve la lamparilla del sagrario como el corazón de otro niño martirizado.

El niño suda y tiene frío y siente rabia y deseos de llorar.

La Inmaculada le parece una jovencita casquivana, hipócrita, cursimente pintada.

El niño se levanta tres segundos después de los otros niños.

Cantan “perdón oh Dios mío / perdón e indulgencia / perdón y piedad”.

El niño tiene atragantado en la garganta un caramelo de colores.

“Quién al mirarte exánime / no siente el pecho herido / habiéndote ofendido / con negra ingratitud.”

El niño está intensamente cabreado.

Salen de la capilla. Cabecean. Arrastran los pies. Entran en el comedor.

El niño percibe el asqueroso olor a café con leche de todas las mañanas, todas las tardes.

El padre prefecto le parece un perfecto hijo de puta.

El niño sale al patio, da pequeñas patadas a las piedrecitas, bebe agua de la fuente con llave de metal amarillo.

Anochece húmedamente, no hay estrellas que valgan, no hay salida, no hay Dios.

El niño siente un deseo irreprimible de juntarse a los niños de la calle, de tocar el culo a Rosita al ayudarla a montarse en la bici.

Todo sea a mayor gloria de Dios y de los acciones de los Bancos bendecidos siete veces siete.


Blas de Otero. 12 – 2 – 1969. Hojas de Madrid con La galerna. Galaxia Gutemberg, Círculo de lectores, 2010. 

Imagen: Jean Vigo. Cero en conducta, 1933.

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