Hace
milenios de milenios existía un famoso Estado, llamado Feliz Gobernación[1], aunque, en verdad, la
dicha sólo pertenecía allí a unos pocos, como descubrirá quien prosiga leyendo.
Seis castas formaban el suceso: unos mandarines; unos legos, auxiliares de
aquéllos; unos becarios, aspirantes al mandarinazgo; unos alcaldes, lacayos
rurales del Poder; unos hombres de estaca, también apodados soldados, y un
Pueblo. Por encima de las castas reinaban un Gran Padre Mandarín y un
Conciliador, generalmente Dictador.
Esta
Introducción tiene como tiempo presente el año tres millones de aquel Estado,
evo muy posterior a la Edad Clásica, aproximadamente ocurrida entre los años
novecientos mil y dos millones, siglos de teorías y artes. El necesario rigor
obliga a comenzar la historia cuando la Feliz Gobernación sólo era una
escombrera de hombres heces y vocablos huecos, amontonados por la espada de
oscuros déspotas, que imploraban la tradición y aseguraban restaurar la pasada
grandeza, nunca resucitada.
[1] Feliz Gobernación: Esta expresión debe
ser entendida en dos acepciones: La primera, en boca de los heterodoxos,
significa el dominio tiránico y absurdo de los mandarines, legos, becarios,
alcaldes y gente de estaca, subyugadores del Pueblo y del Intelecto, la
segunda, ortodoxa y más antigua, denota la empresa de gobierno sometida a los
Preceptos Sustantivos y Adjetivos de la Escritura.
Miguel Espinosa. Escuela de Mandarines. Editorial
Regional de Murcia, 1992.
Imagen: Pintura de la dinastía Han del Este. (25-220 ne)
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