¿Oís la llamada?
¿Oís
el alarido?
Vuestra oreja contemporánea
¿escucha el grito aquel del siglo veinte
que inunda todo el hueco del ascensor del siglo
veintiuno?
¿Oís la tijera el cráneo la soga el pelo el grito?
¿Oís la manera seguiriya el cuerpo
de nuestro Primo revolcao
en sangre?
Decimos dicen y se dice que nadie oyó ese grito…
¿Qué pasa, es que nos hace falta que no gritó?
¿Es que necesitamos que llevara un candado
amordazando su boca de gritar?
¿Esa ralea de grito nos da tiemblo de miedo?
¿Nos contemporizamos con menguas pusilánimes?
…Pero si no gritó, si al descender aullando
por el hueco del ascensor no gritó el pobrecito,
si se mordió la boca con los dientes brillantes de
exigencia,
si se cosió los labios con los colmillos crematorios,
si con los incisivos birkenaos dentelló su silencio
hasta hacerlo sangrar clamar,
si empinó el corazón hasta la cima del estruendo
que habitó en silencio (como el feto sigila
mientras que crece a oscuras para nacer llorando),
si no gritó, si así dignó su grito …¿entonces
ese silencio fue su zemsta?
Su zemsta silenciosa, ¿no habría sido
su anhelo de invitarnos a escuchar,
su forma de legarnos el don de oír la llamada?
Saltó al vacío. Callado. Cortésmente
murió en silencio sobre nuestros tímpanos.
“Escuchen –dijo–: yo he escuchado
el fragor el estrépito el escándalo el silencio rapado.
…Ahora os toca a vosotros. Es vuestro turno:
¿oís la llamada? …A los aquí presentes,
a los irremediables habitantes
de esta segunda parte de la Historia
os pregunto con toda la educación de mi cadáver:
¿Ustedes saben escuchar?
Félix Grande. La cabellera
de la Shoá. Bartleby, 2015.
Imagen: Refugiados sirios en la frontera de Grecia y
Macedonia. AP
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