Empecemos
por el principio. Digamos que por ser de vivos nuestro juego nos negamos a la
muerte decretada: la que tiene nombres y apellidos que, con demasiada
frecuencia no decimos. Como tienen nombre los sin nombre, las olvidadas, los
desposeídos de toda esperanza: las mujeres de Ciudad Juárez, porque “no es el
azar, quien maquila y maquila”, “no es el azar, hay nombres en las puertas
marcadas”; o Samba Martine “congoleña, muerta en el CIE de Aluche” o los que
edificaron “Tebas, la de las siete puertas”. Tantos nombres. “Tantas
historias,/ tantas preguntas”. Y el poeta va nombrando: los crímenes legales,
la muerte decretada y también la rabia, el grito, la esperanza y la belleza
posible que la alienta. Entre muerte y vida. Porque este es un juego a todo o
nada. Y está la muerte. Pero está la vida. Y el juego. Sí, el juego, la alegría
que nadie compra ni vende, el regalo del tiempo perdido, como sentarnos al borde del sendero, darnos un
respiro, hablar libremente y reconocernos en “este asombro/ de pan que
ahora/ compartimos,/ compañeros sin más, al mediodía”. El juego de la vida, el
juego entre vivos.
Pero,
empecemos por el principio. Y, tras el título, lo primero es la cita de Max Aub
de la que este ha surgido. El poeta no puede escapar de la historia, de la
política, porque no podemos vivir a medias, fiados de la muerte, nos dice Max
Aub. Pero quiero llamaros la atención sobre los dos nombres propios (volvemos a
ellos, a decir la vida en que se encarnaron) que ha elegido Conrado para abrir
su poemario. Dos nombres, dos hombres, dos poetas no sé si olvidados, pero sí no
citados con demasiada frecuencia. Uno de ellos, Max Aub, uno de los grandes,
los imprescindibles. El impenitente vanguardista de sus prosas iniciales y su
“Josep Torres Campanals”, su juego de cartas, su novela policiaca; el narrador
que nos ha dejado el más impresionante fresco de nuestra guerra civil en “El
laberinto mágico”, el dramaturgo apenas representado (¡y qué lacerante actualidad,
en esta hora de la vergüenza de Europa, tienen sus obras No o San Juan!), el poeta
apenas leído…
Y su
cita es homenaje a otro exiliado: ¿Será esto, el exilio y quienes allí fueron,
hombres y mujeres, lo olvidado, lo borrado de nuestra historia, lo que no
encontró hueco en el mundo feliz de la Transición y por ese sumidero de
desmemoria se fueron Max Aub y Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre y
María Zambrano…, y tantos, tantas que no tenían sitio en ese presente perfecto
que asombraba al mundo entero? Otro exiliado, otro olvidado, un poeta, León
Felipe que desde tan joven me acompañó: trastiendas de librerías amigas,
prohibidos libros editados en Argentina, canciones de Paco Ibáñez, poema
pintado en la delegación de alumnos de Filosofía y Letras de la Complutense en
enero del 69 - los días en que éramos grito en las calles, negación de la
muerte, memoria viva del compañero asesinado; primera lectura de Walt Whitman
por él traducido, versos clandestinos, aprendidos en la larga noche de la
dictadura. Este León Felipe siempre excesivo, desmesurado, de verso torrencial,
que juega y desmenuza palabras…, que está en la poesía de Conrado, como lo está
el gran César Vallejo a quien rinde homenaje. Conrado empieza por el principio
y por ello no olvida, rescata nombres, los dice aunque su voz suene intempestiva,
o precisamente por ello.
Hay
en este libro, creo, eco de León Felipe, del Rafael Alberti de sus poemas
cívicos, de Vallejo. Denuncia, grito. Hay una construcción del poema a base de
largas enumeraciones con un recurso sistemático a la anáfora: “A veces uno
piensa y se debate,// y se percata,// y se deshace…” en ocasiones ocupando casi
todo el poema “Y un solo amo verdadero… el … ”, “Yo me cago en Botín…todos los
viernes… por las mañanas…al mediodía”. Enumeraciones que encuentran, en
ocasiones, su cierre sintáctico y semántico (su sentido) en la estrofa final
del poema que es duda o débil esperanza como en el poema “Justo al borde” que
comentaré más adelante; “Como quiera que el mundo…/// No me inhibo (repetido en
4 vs al final del poema, p. 47); “Aunque cansado/ más cansado que las ratas,
que el gato.../// sigo” (p. 52); “No es el azar… /// hay nombres”. Los ejemplos
son numerosos pues es seña de identidad del poemario.
Pero
hay también algunos poemas breves de un condensado lirismo que entronca con la
poesía del cancionero, con la lírica tradicional, y de nuevo pienso en Rafael
Alberti (más que olvidado, expropiado por rapiña, usura de herencia y derechos
de autor, de nuestro presente poético) y en Agustín García Calvo (otro que vive
en el olvido) y algunos de los poetas de los 50 y pienso en los poemas
tradicionales de Jesús Hilario Tundidor (por citar otro olvidado)…
Y,
claro está, en el “Cancionero de escombros con hoguera” de Conrado: allí junto
a romances aparecen coplas y canciones
de tipo tradicional; como si Conrado se resistiera a que el río de nuestro
romancero se anegara y a que las viejas palabras (las del campo, los trabajos y
los días que ya son casi pasado) desaparecieran. Y también en esto le veo cerca
de Claudio, de Tundidor, o, ahora mismo, de María Ángeles Maeso, rescatando
palabras, estrofas…, mirando a una tradición que quiere hacer suya. Poemas tan
hermosos, en este libro, como el que comienza: “Aunque ya estaba en la orilla,
/ mar adentro/ me arrastró la vela el viento” (p.39) con su fiel estructura de
canción tradicional.
Enumeraciones,
versos torrenciales a la manera de León Felipe; canción tradicional; pero
también poemas donde desaparece la puntuación, en los que Conrado juega,
deshace, contrahace las palabras como eco de César Vallejo… son estos algunos
de los registros formales de este libro.
Y
está la rabia, el exabrupto, la denuncia en poemas muy directos,
deliberadamente “impuros”, poesía en la que emerge la política pues, como dice
Max Aub, “de vivos es nuestro juego” y Conrado no entiende la poesía “como
único fin”.
Pero,
¿acaso se agota la poesía en el grito? Las palabras arrojadas como piedras
frente a la realidad (esa obscena y repetida perpetuación de la injusticia que
llaman realidad) ¿no llevan en sí el riesgo de lo demasiado evidente? La
denuncia igual a sí misma en su necesaria repetición, lo que decimos en forma
de panfleto, de ensayo, de poema, de grito en la calle… ¿no será clausura, cierre
del poema, no estará negando su necesaria apertura para ser, sin quererlo,
oclusión del hueco, la hendidura, la quiebra del principio de realidad? Conrado
conoce el riesgo. Lo asume.
Desde
un “nosotros” que no quiere ser complaciente: “tal y como/ si no hubiera
hendiduras/ si no hubiera rendijas las palabras/ los hallazgos/ si no hubiera
un adentro más adentro/ con una voz distinta más genuina.” (p.86, últimos
versos del libro).
Palabras
rendijas. Donde no hay certezas. Por eso me gusta tanto el final abierto de
algunos poemas: “cuando uno va ganando/ y sin embargo” (p.37). En este “sin
embargo” está la rendija, el precipicio, el salto en el vacío de una posible y
pequeña verdad.
Porque
estamos “justo al borde,/ ahora que hemos llegado justo al borde/ y los
hechizos todos (…)/ han sido clausurados”. Y entonces en este límite, azotados
por el viento, sin mentiras pero también sin certezas, entonces, justo al
borde, “nuestra mano/ busca otra mano, otra/ en que ampararse”. “Y no hay
lugar” (p.40-41).
Desde
aquí, desde este no lugar, a la intemperie, quiero leer este poemario. Para,
como quería otro hombre aquí nombrado, Fermín Salvochea, expropiar, la tierra,
el mar, los astros, la luz, las palabras. Porque hay hendiduras. En todo caso,
y aunque no las hubiera, no tenemos elección; al menos si de vivos es nuestro
juego.
Antonio Crespo Massieu. Madrid,
2 de abril de 2016
Imagen:
Goya. Gran coloso dormido, entre 1824
– 1828.
Pues hay que tomar nota. Hurgo más por aquñi.
ResponderEliminarGracias, jordim... Hurgar, un verbo significativo y necesario.
ResponderEliminarBuena travesía. Si son esos versos
ResponderEliminarseguro lo será.
Un saludo
La travesía es buena siempre que la compañía es buena.
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