Esta casa cerrada tantos años
donde el aire no corre y huele a moho
y a fermento y a estrago,
y es el polvo la flor de la carcoma,
y tan viciado y tan enrarecido
está el eco en tinieblas
de las voces que alguna vez sonaron
que es muy duro, sangriento, el respirar.
Esta casa en derrumbe y habitada
por el rencor sin fraude
en cada cuarto, en cada
hondo rincón, en cada desconchado,
donde supura el agrio
afán de la inocencia y su materia
gastada por el miedo y los despojos
de la vergüenza herida.
Esta casa sin camino ni altar
ni tiempo ni esperanza,
puesta en abismo en medio de este pueblo
donde nada se cría, salvo el dócil
estertor de la piedra y el sudario
de la bruma en suspenso.
¿Qué vendaval, qué noche enfurecida
de qué próximo año,
arrancará de golpe
la herrumbre de los goznes
y abatirá las tablas
antiguas que condenan
las puertas y ventanas? ¿Qué aire vivo
aventará por fin el polvo muerto,
tanta miseria indigna,
y tanto hedor de tanta podredumbre?
Conrado Santamaría. La
noche ardida. Ruleta Rusa Ediciones, 2017.
Imagen: Manuel Álvarez Bravo
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