Arde la memoria y el poeta
quema “todas las cartas, todos los retratos, los pajares del tiempo, la avena
de la infancia” como dice la cita de Claudio Rodríguez que encabeza este libro.
Arde la memoria de una infancia de pueblos vacíos, en silencio, el bofetón del
padre, las raíces del miedo, un mundo enmudecido, la ausencia de las cosas y de
los nombres muertos. Una casa cerrada, irrespirable, sin esperanza. El poeta
sobrevivió a este tiempo de silencio, tan sórdido y miserable como lo fueron
los últimos años de la dictadura. Y quema su infancia en palabras que arden. Y
se salva en la verdad de la poesía, en una mano tendida para vencer el miedo y
juntos atravesar el umbral, un avanzar entre dudas que son como un abrazo. Y la
certeza de “formar de nuevo con barro otra esperanza, / antes que el vendaval
del olvido nos disperse”. De esta biografía, personal y colectiva, de la
necesidad de la memoria, de esta irrenunciable esperanza, nos habla este libro.
Arde la noche y seguimos caminando a cielo descubierto. Con poemarios tan
hermosos como La noche ardida, con la
voz fraterna de compañeros como Conrado Santamaría.
Antonio
Crespo Massieu
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