No te vuelvas, amigo,
continúa
tu derrota, no escuches mis
palabras
tendidas como heridas
a cielo descubierto.
Abiertamente,
no me importa la lluvia, los
detalles
desdeñables del cielo,
como el frío o la niebla,
que se van
como vienen, no me importa
tampoco
la soberbia del viento
hinchándose insufrible de
soledad y hastío
en plena primavera
de escaparates rotos,
no me importa el estruendo
del tráfico y sus humos,
tan desfiguradores
con su máscara turbia y sus
ajadas
cenefas, excrecencia
de un día, no me importan
los ojos de la gente,
siempre esquivos,
su paso apresurado por si
acaso
en una esquina, de repente,
los llama
una palabra
y no encuentran respuesta o
calderilla
que respalde su fe o su
desespero,
no me importa el olor
de la miseria, a veces bien
calzada,
bien peinada y vestida, tan
honesta
y versátil que no se
reconoce
a simple vista, con su pan
bajo el brazo y el hijo de
la mano
y el reloj tan valioso del tendero,
no me importa el amor
que se compra y se vende,
como un par de zapatos en
rebajas
o una lata de anchoas o una
silla
de ruedas que acarree
el cansancio de un día y
otro día
hasta volverse féretro.
Amigo,
no te vuelvas, tú sigue
tu derrota tranquilo calle
abajo,
no escuches mis palabras, tú
a lo tuyo,
que mi lucha,
aunque nadie me suelte una
moneda,
aunque sea invisible ahora
en este margen,
mi lucha, ya te advierto,
no está nada perdida y debe
continuar.
Conrado Santamaría. La noche ardida. Ruleta Rusa, 2017.
Imagen: Lee Jeffries. Homeless.
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