Anoche hablé con los gusanos
que se comerán mis ojos, mi lengua y mis orejas
un día de estos a lo mejor no tan lejano.
Por ahora mastican Amapolas y raíces de Guanábana,
matando el tiempo hasta la caída de mi cuerpo
acurrucado en su casa de Pino.
Ellos dicen que no me dolerá:
un leve cosquilleo en las uñas de mis pies
y alguno que otro escalofrío en las tripas
será el aviso de su minuciosa faena.
Me han prometido fundirme con la tierra,
deslizarme sobre los colores de las mariposas
y lloverme en rapadura dorada
sobre el techo del cuarto de mis libros.
Pasarán ardorosos sus bocas
hasta desprender la pulpa de mis manos,
huesos grises y blancos serán la fortuna
que dejaré entre las tablas.
En el cerebro derramado sobre el lienzo
de un poema perdurable
irán descifrando letra a letra
hasta llegar a los árboles, piedras y flores.
Me han dicho que regresaré
en la musical corteza de un ronco Espavel,
o en la encolochada siesta de los Chilamates.
El sueño con mis gusanos
es lo más prudente que he podido escribir
sobre la vida.
Esthela Calderón. Coyol quebrado, 2012. En El consumo
de lo que somos. Muestra de poesía ecológica hispánica contemporánea. (Ed.
Steven F. White). Amargord, 2014.
Imagen: Maruja Mallo. Canto
de las espigas, 1929.
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