Para Antonio Gamoneda
Dígame Vd., quién es obrero en este
trance, cuando se apura el trago
final, y ni brazos ni pechos
responden sino para la súplica.
Vd. que tiene radio, ¿oyó la grave
definición? ¿Quién la lloraba? ¿En qué
lugar del mundo?
De
su mina oscura
sale el hombre a morir, y ya no eleva
más instancias. Con su trabajo acaban
sus días. Y, en el último, entierro.
Vd. que hace discursos, ¿es capaz
de decir lo que en su mísera aldea
sigue siendo mi padre, desde siempre,
con sus 70 años y su próstata?
Los que cavan su tumba, ¿se merecen
el calificativo? Los que luchan
brazo a brazo con Dios, y caen vencidos,
¿qué sueldo ganan?
Ayer
tarde estuve
con un amigo, y dedicó ese tiempo
entero a su cabeza dolorida.
(Sin que cayeran gotas de su frente, ¿en cuánto
ciframos su jornal?)
Hay
quien se ríe
trabajando; pero otros hacen música
trágica sólo de pensar. ¿Y cómo
y en qué cifrar el sueldo de estos últimos?
“Un obrero murió por accidente”.
Lo dicen los periódicos. Pero ese que agoniza
en sus propias entrañas, ¿a qué “Mutua”
recurrirá la viuda, si su muerto
va por la calle y habla y hasta come?
Hay un obrero trágico. No gana
sueldo. No le afiliaron al nacer
sino a su carne doliente y sombría.
Y, al fin, se muere, y lo entierran sin otra
vanidad que su pobre peso muerto.
Como otro más… o menos.
Y
como ni se mueve,
ni protesta, lo llevan a la fosa
común, diciendo: “Aquí va un vago; aparten.
No sea que se caiga y no haya entierro”.
Gaspar Moisés Gómez. Sinfonías
concretas. Diputación Provincial de León, 1970.
Imagen: Pedro Luis Raota