jueves, 27 de septiembre de 2018

[La escalera mecánica]


La escalera mecánica del metro

sube y baja, ausentada de sí misma.

Su engranaje desplaza aire y hastío,

camina de la nada hasta la nada

mientras hiere con su óxido los dedos

que elevan el ramaje mutilado:

palabras aplastadas, pegotones

de chicle e impaciencia, emoticonos,

hilachas del amor y de la angustia

y esa risa nerviosa en que los martes

se apresuran y bajan y sin remedio.


Pero en el plano adusto de lo real,

en la malla metálica en que quedan

dormidos los zapatos y los bueyes,

las piernas siempre sueñan con la altura.

Como en las instrucciones de Cortázar

cuando subir era también reírse

-alzar el aire con abrazos de aire-,

toca la claridad todos los cuerpos.


Insumisión del día y las gramíneas.

Hay hierba intacta bajo el suelo sucio

y su savia febril concierne al sol.





María Ángeles Pérez López. Fiebre y compasión de los metales. Vaso Roto, 2016.

Imagen: Henri Cartier-Bresson. Moscú, 1954.

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