sábado, 15 de septiembre de 2018

POTENCIA DE PÉREZ


            I


Hay ya tantos cadáveres

Sepultos o insepultos,

Casi vivientes en concentraciones

Mortales,

Hay tanto encarcelado y humillado

Bajo amontonamientos de injusticia,

Hay tanta patria reformada en tumba

Que puede proclamarse

La paz.

Culminó la Cruzada. ¡Viva el Jefe!


El Jefe, solo al fin,

Cierra la puerta, siente alivio.

                                                           Solo,

Sin el peso de un mundo abominable,

Sin la canalla que le adora y teme,

Que le adora y detesta.

Es él quien todos alzan para todos,

Y en ellos estribado,

Se aúpa,

Adalid de su Dios.

La victoria es santísima.


¡Sí! Se columbra junto al Jefe a Dios,

Tan propicio a la causa.

Una común empresa los reúne.


¿Cómo entender que un hombre, sólo un hombre

Doblegue a tantos bárbaros unidos

En vientos

De acosos homicidas,

O en grupos de cabezas más agudas

Que ese cerebro acorde a tal fajín?


Fajín hay de Cruzado fulgurante,

Ungido por la Gracia

Del Señor, que es el guía.


Guía a través de guerra

Tan cruelmente justa

Para lanzar un pueblo a su destino.


Destino tan insigne

Que excluye a muchedumbres de adversarios

Presos o bajo tierra:

No votan, no perturban. ¡Patria unánime!


Sobreviven los puros,

De tan puros cubiertos

En el gran sacrificio

Por las sangres malvadas.


Oh Jefe, nunca solo: Dios te encubre.


            II


Refulge un orden nuevo

Que se inscribe en mayúsculas: el ORDEN.


La Verdad se desposa con el Régimen,

Está infusa en el Jefe,

Desciende a las cabezas elegidas,

Es lujo de uniformes,

Dirige los fusiles:

Donde ponen la bala está el error.

Apunten fuego.


                                   ¡Fuego!


Cuanto más resplandece la Verdad,

Más difuntos la cantan.

Ni un asomo de duda ya se enfrenta

Con esta profusión de condenados.

Donde hay Fe santamente se asesina.

El Jefe

No, nunca se equivoca.


Al revólver del puro no le falla un disparo,

Y la Verdad avanza destruyendo

Por entre tantos brazos y muñecas,

Por entre tantos puños,

Vellosos hacia el sol.


¡Júbilo de camisas! Pueblo sano:

Erige el porvenir, la edad de oro,

Azul de estío azul

Sobre ese laberinto de oficinas,

De negocio entre muros

De una implacable desnudez abstracta.

¿Corruptelas? No importan.

Importa sólo la total justicia.


Y la justica invade.

Sonríen en talleres buenos mozos.

Cara al trigo ondeado por la brisa

Ríen, ríen doncellas laboriosas.


¿Disidente? Ninguno

Que no sea culpable.

Diferir es manchar la gran blancura

De la Historia aclarada.

¿Y el pensamiento bajo su silencio?

Preferible el disfraz.

Mentid.


                        Mentid y levantad los brazos,

Los brazos o sus puños,

Y las lenguas. Cantad con energía,

Cantad.

El país es el coro de los coros.


            III

   CORO DE BUROCRACIA


            La ley levanta

Frente al oficial cacumen

            La sacrosanta

Letra que todos consumen.


No se interprete la Letra.

Su cuerpo mismo es sagrado.

Si una mente la penetra,

Se nos desploma el Estado.


Requisitos y papeles

            Eso es lo bueno,

Con sus colas de peleles,

            Pies en el cieno.


Cuando un jefe toca un timbre,

Algo nuevo se enmaraña.

Nadie rehúya la urdimbre

De nuestra araña sin maña.


            Vale candor

Si alguna vez se estremece

            –¡Señor, Señor!

–que pase el número trece.


            IV

   CORO DE POLICÍA


Correctos, brutales,

Sutiles, entramos,

Salimos, rivales

De lobos y gamos.


Por nuestras pistolas

Ilustres bergantes

Que viven de trolas

Son más elegantes.


Repertorio fino:

Engaño, tortura,

Muerte en el camino

Más que cárcel dura.


Tal es nuestra dicha

Que hasta el más honesto

Desde alguna ficha

Cae en nuestro cesto.


El Jefe ya sabe

Que es Primer Cruzado

Mientras sea suave

La guarda a su lado.



            V


Tan elocuente suena la verdad

Que al universo guía

Con la voz de figuras invisibles,

De figuras parlantes:

Onda en retorno de propagaciones.


¡Estribillo, supremo!


No habrá jamás vocablo

Sin poderío de fascinación

Si la sentencia es falsa, ronda y zumba,

Se va, reaparece

Con ese dulce ahínco de los sueños

Durante la vigilia,

Y el curso de las horas

Más apaciblemente naturales

Serpea

Bajo el sol y la luna.


Y todo se relaja.


El hombre es bueno: cree, cree, cree.

Vocablo tan mascado es realidad.

Tangible.

Hombres buenos: creed, creed, creed.


Y todo se relaja, cede, cae.


¿La impostura es cemento?

¿O el material más fuerte del gran Orden

Va por el aire de la primavera,

Ya música

De los más fabulosos disparates?


No hay más verdad que la vociferada

Por tantos pregoneros

Que miran al oriente de un fajín

Augusto.


¿Aquel semblante escucha?

Un pensamiento al fin sin pensamiento

Corona

La siesta de una oreja adormecida.

¿Qué verdad clausurada no adormece?

No, no difiera nadie.

Y mejor si difiere. Que se humille.

¡Punto en boca! Vencida:

Que todo se deforme

Roído

Por encima de muertos y presos

Y desterrados, todos enterrados.


Canten aún los coros.


            VI

   CORO DEL PARTIDO


Somos los únicos amos

Del presente y del futuro.

Sin desfallecer lanzamos

La pelota contra el muro.


No hay libertad, trasto viejo.

Poder encumbra al Partido.

Muera el infeliz conejo

Que vaga a solas huido.


Pensamos todos a una

Sobre un desierto compacto

Para que a todos reúna

Como emblema el puro cacto.


Bien acariciada empresa

De largo alcance y botín

Es montura que no cesa

De ofrecernos brida y crin.


Sin desfallecer lanzamos

La pelota contra el muro.

Somos los únicos amos

Del presente y del futuro.


            VII

            CORO DE CLERECÍA


Humildes, reverentes,

Graves de dos en dos,

Conducimos las gentes

            A Dios.


Recto poder profano,

Si a Dios no desafía,

Besa el anillo en mano

            Del guía.


Dios gana nuestras luchas,

Y aunque se llamé Alá,

En todas nuestras huchas

            Está.


La nación nos reserva

Su profundo gobierno,

Sin Dios caterva sierva

            De infierno.


Las llamas al hereje

Le hacen señas: ven, ven.

Dios es con Nos el eje,

            Amén.


            VIII


Y los coros preparan el desfile.


Es fiesta.

El día redondea un sol muy rico

De plumajes, charoles, armas nítidas

A tanta pompa en rigidez aplaca,

Ya resplandor, el triunfo así arrojado

Brillantemente a todos.


(Menos a los caídos

Bajo tierra o en tierra de una ausencia

Forzosa o escogida.)


Distante, muy distante,

La multitud entre rumores calla.

Lejos contempla al Jefe en su tablado,

Solo sobre su escena,

Solo entre sus insignias y sus cruces,

Que el aislamiento ahondan,

Jerárquico,

Hasta una soledad

Profunda,

Bajo aquel sol –tan cómplice–

Definitiva glorificación.


¡Tirano!


Las tribunas, repletas,

Yerguen sus cortesías.

(no quieren saber más: vigor, victoria.)

Pájaros y follajes inocentes

Participan de patria y regocijo.


Los soldados, islotes uno a uno,

Por masas dirigidas

Concurren a un compás

Que mueve un solo cuerpo

De muchas piernas y de muchos brazos

Unánimes, anónimos:

Máquina entre las máquinas mortíferas

Que anuncian

Con sus dóciles brillos

La espera de una guerra.


Todo funciona como si la sangre

También corriese por el artefacto

Que desfila, total:

Ajeno a casi todos.


Y  los fríos columbran a los fríos,

Y pasan

Los a compás también espectadores


Un dos, ficción, un dos, ficción, un dos.


            IX


La ficción se disipa en soledades.

A solas silencioso el tan nombrado

No queda ni ante sí,

Figura sin figura

Si no se la proponen los espejos.

Ni el esplendor antiguo del palacio

Donde reside ahora y se repliega,

Ya rey,

Puede impedir que el hombre verdadero

Se insinúe en la pausa,

 Y aparezca ese Pérez vergonzante

Que embrollo y perifollo casi ocultan:

Un Pérez, ay, terriblemente Pérez,

El más terrible Pérez, que se llama

Pérez y que lo es.


Ahí,

Céntrico ahí, perdura.

¡Cuántos le necesitan y le inventan!

Que mande

Sosteniendo aquel Orden: su desorden,

Sus bandos,

Sus chanchullos patrióticos.

La tiranía avanza

Con excluyente fuerza

Sobre miles y miles de caídos

Por ley de asesinato,

Entre las muchedumbres

De boca amordazada.

Dogma, sangre, dinero.

Y Pérez, Pérez, Pérez.


Ensangrentado Pérez bien ungido,

Tan dueño del presente,

Un presente muy largo sin futuro

De historia muy que no aboque a la catástrofe.

Todos le temen, nadie lo desea:

Que el tirano persista.


Y el tirano conduce,

Cruel, solemnemente a ciegas listo,

Sin cesar infalible,

Su artilugio triunfal

A su quebrantamiento más penoso,

Más vano:

Explosión en el choque

–Y todos ya lo auguran–

Contra el vacío mismo. No hay futuro.

Se adivina latente

Clamor con un furor

Que llenará de espanto

La escena de la farsa:

Muertos y muertos, muertos.






Jorge Guillén. Maremágnum, 1957.

Imagen: Exhumación de víctimas del franquismo. Valladolid, 2017.

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