En atención a las exigencias
estéticas
(que también son las de la
funcionalidad)
los arquitectos han hecho
las nubes cuadradas.
Sobre los bosques desolados
se extienden los suburbios.
Muy por encima de las
colinas, se alinean las nubes cúbicas
reflejándose profundamente
en el confiado lago forestal
inmensas filas de ventanas
vacías
subrayadas por el bello neón
rojo de la puesta de sol.
Allí juegan en montones de
cúmulos piadosamente respetados niños higiénicos
(jamás rozados por manos
humanas)
mientras revolotean en torno
a ellos con sombrillas giratorias
niñeras municipales
severamente remuneradas.
Cada día se hace noche y asexuados
trabajadores vitamínicos
llegan a sus casas en
rebaños por quintas según convenios colectivos
a su vida privada, a Svea,
la reina de las hormonas
vigilada minuciosamente por
porteros que inspiran confianza.
Y se hace noche y silencio.
Únicamente el helicóptero de la basura
susurra parsimonioso de
puerta en puerta
conducido por un futuro
marginado, un anarquista y poeta
condenado perpetuo a retirar
toda la pornografía de la fantasía.
A distancia parece un gigantesco
esfíngido
zumbando ante el racimo
matinal de madreselva rosácea
por encima, oh muy por
encima de los maravillosos bosques de robustos deportistas
donde ya no vagabundeará
nunca más vagabundo alguno.
Gunnar Ekelöf. Non serviam, 1945. En Non serviam. Antología poética. Libros del
Innombrable, 2006. Traducción: Francisco J. Uriz.
Imagen: Erik Johansson
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