“Yo, Jean-François Deau,
declaro:
Primero. No
es cierto que el hombre sea de una u otra manera, ni que exista una moral o ley
naturales o divinas. El hombre no es nada. Sólo es lo que la necesidad y la
circunstancia le mandan. A bordo de la balsa éramos como un pez o una gaviota
heridos, buscando preservar nuestras vidas sin pensar en nada, emitiendo
gruñidos y luchando.
Segundo. La
muerte sólo se reviste de terrible trascendencia en las poblaciones, en el
interior de las casas, o sea dentro de lo que ha construido el hombre. El
hombre que, envuelto entre sus propiedades, se cree individualizado e
importante. Y sacado de su artificioso ambiente, no es nada. En la balsa, la
muerte sólo era una insignificante partícula del gran proceso de mutabilidades
que es el mundo.
Tercero. La
felicidad es una fantasía inventada por el hombre entre sus propios artificios.
Desde que estuve en la balsa, sueño cada noche en el mar proceloso, en los
fosforescentes filamentos submarinos, en selvas lujuriantes, en montañas
volcánicas. He perdido, en mi interior, la costra de la civilización, y oigo la
lejana llamada de las viviendas ancestrales, el magma de los pantanos…”
(Texto
que dejó escrito Jean-François Deau, superviviente de la fragata francesa Medusa
que naufragó el 17 de junio de 1816. Deau no superó nunca el espanto vivido.
Hasta su muerte, las noches de temporal se convertían en martirio pues entraba
en trance al recordarlo)
Esteban Peicovich. Poemas plagiados. Bajo la luna, 2008.
Imagen: Jean Louis Théodore
Géricault. La balsa de la Medusa, 1818-19.
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