Una mirada, un gesto
cambiarán nuestra vida. Cuando
actúa mi mano,
tan sin entendimiento y sin
gobierno
pero con errabunda
resonancia,
y sondea buscando
calor y compañía en este
espacio
en donde tantas otras
han vibrado, ¿qué quiere
decir? Cuántos y cuántos
gestos como
un sueño mañanero
pasaron. Como esa
casera mueca de las
figurillas
de la baraja, aunque
dejando herida o beso, sólo
azar entrañable.
Más luminoso aún que la
palabra
nuestro ademán como ella
roído por el tiempo, viejo
como la orilla
del río, ¿qué
significa?
¿Por qué desplaza el mismo
aire el gesto
de la entrega o del robo,
el que cierra una puerta o
el que la abre,
el que da luz o apaga?
¿Por qué es el mismo el giro
del brazo cuando siembra
que cuando siega,
el del amor que el del asesinato?
Nosotros tan gesteros pero
tan poco alegres,
raza que sólo supo
tejer banderas, raza de
desfiles,
de fantasías y de dinastías,
hagamos otras señas.
No he de leer en cada palma,
en cada
movimiento, como antes. No puedo
ahora frenar
la rotación inmensa del
abrazo
para medir su órbita
y recorrer su emocionada
curva.
No, no son tiempos
de mirar con nostalgia
esa estela infinita del paso
de los hombres.
Hay mucho que olvidar
y más aún que esperar. Tan silencioso
como el vuelo del búho, un
gesto claro,
de sencillo bautizo,
dirá, en un aire nuevo,
su nueva significación, su
nuevo
uso. Yo sólo, si es posible,
pido cuando me llegue la
hora mala,
la hora de echar de menos
tantos gestos queridos,
tener fuerza, encontrarlos
como quien halla un fósil
(acaso una quijada aún con
el beso trémulo)
de una raza extinguida.
Claudio Rodríguez. Alianza y condena, 1965. En Poesía completa (1953-1991). Tusquets,
2004.
Imagen: A Noh
Christmas Carol.
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