miércoles, 3 de agosto de 2022

ESCRIBIR PARA COMBATIR


 

I

De todas las posibilidades expresivas, vosotros habéis elegido la poesía. Decir poesía equivale a entrar en un ámbito literario concreto, fuertemente semantizado y, por tanto, ideologizado.

Puedes ser el poeta lírico que cuenta sus emociones, su yo interior.

Puedes asumir el yo inventado que proponía en sus principios la otra sentimentalidad.

Puedes ser el poeta que sacraliza las palabras y convierte el poema en parte de un misterio.

Puedes contemplar el poema como transcendencia.

También puedes, por último, restablecer en el lenguaje poético una realidad percibida por un sujeto consciente, mostrada mediante palabras que conforman esa realidad y desplazadas de su campo semántico hasta otro en el que se re-semantizan.

Cada elección caracteriza tu posición en el mundo. Tus elecciones te colocan en un lugar de la literatura desde el que produces tu sentido del mundo.

 

II

Se trata de establecer un campo para la poesía. Establecer un campo significa acotar un ámbito para la palabra y su potencial de representación, señalar los trazos que la historia ha dejado en él, y lo que es más importante, señalar las huellas que deja la palabra en su confrontación con el mundo desde el mundo. No es un campo sociológico, ni formal, ni sustancial. No es un campo en donde se inicia todo sino donde todo pasa. La poesía produce un tipo de afectos y efectos.

El campo de la poesía no es el resultado de un tema, ni una forma, sino un modo intelectual de operar, distinto al diálogo teatral, diferente a las secuencias narradas de la novela y el relato. Un modo intelectual de operar sobre la materia de la imagen, la palabra, lo Real.

Para ese proyecto se requieren saberes. No los saberes técnicos, ni los saberes de la experiencia. Tampoco los saberes de la tradición. Se requiere un gestus (en la terminología brechtiana) una construcción relacional que enlaza la vida y el mundo, también un ecosistema, una comunidad de palabras cuyos procesos vitales se relacionan entre sí en función de las determinaciones de un mismo espacio social, tal y como se pudo hablar de economía política de los signos, etc.

La teoría no guarda toda la potencia de ese modo de producir que es la poesía: el propio poema es un artefacto que afecta a nuestro imaginario y a nuestras representaciones del mundo, solo que le damos poco tiempo para encontrarlo. El lector es, cada vez, menos lector y más sonámbulo.

Todo no es poesía. Pero aquello que no sea poesía no lo será en razón de su léxico, ni de su ausencia de rima, ni por tratar un tema inadecuado según el canon (que los manuales y críticos extienden como el buen gusto: también el gusto se produce socialmente). La poesía alimenta la vida, también cuando es una dialéctica negativa quien la empuja. La poesía nos habla desde el lugar del mundo desde donde se escribe y viaja hasta el lugar del mundo donde se vive y, cuando nos adentramos en el mundo, una vez situados allí podemos mirarlo como se nos ofrece cotidianamente, como una naturaleza muerta, como una gigantesca piedra inamovible, o como un terreno lleno de conflictos anónimos, humillaciones, renuncias, deseos, luchas, esperanzas.

La poesía como iluminación, no como un camino, sino como una bengala que estalla en medio del día, porque ya no hay noche en esta sociedad. Todo se hace a la vista: las guerras, los crímenes, los robos, la explotación, el hambre, la destrucción. Nos muestra lo que solo intuíamos: el largo viaje que aún queda hacia la historia, hacia la humanización. ¿Parece poco una iluminación así?

Sobre la superficie de un lenguaje dominado entiendo que la palabra poética (con todos los recursos estilísticos y retóricos que sirvan a tal efecto) puede desajustar, desenfocar, contradecir y confrontar el peso de la barbarie cotidiana. Se trata de pensar de qué está hecha nuestra vida social y dentro de ella nuestra vida individual, qué se conmueve, qué nos exalta.

Estas poesías no son de minorías. De hecho la poesía no es para minorías (salvando las estadísticas mercantiles y otras técnica cuantitativistas al uso). Cuando se habla así a menudo lo único que se dice es que nos encontramos ante un discurso que nos deja perplejos, que nos interpela no como comparsas, público más pagado o satisfacción inmediata sino que nos interpela como seres humanos, como iguales, para pensar nuestra vida. No los caminos que tenemos que tomar, ni las decisiones que acertar (la poesía no es adivinación). Se trata del punto de vista de la poesía: un microscopio aplicado a una superficie inabarcable: el mundo. Un trozo que solo puede desvelarnos, si se hace bien, su relación con otro, y además su potencial sobre nuestro tiempo.

¿Un poema puede hacer algo por el mundo? Para ello tiene que mancharse de esa vida por la que quiere hacer algo y dotarla de una gran energía.

 

 

César de Vicente Hernando. En Voces del Extremo. Poesía y alegría. La Vorágine, 2022.

Imagen: Pyotr Konchalovsky. Banco de trabajo, 1917.

3 comentarios:

  1. Después de todo, da igual cómo la llaméis si sirve fielmente al propósito de esta lucha en la que llevamos siglos inmersos.

    Salud!

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    1. No es cuestión baladí la del nombre, Loam, pues también hay una guerra simbólica, una lucha por la hegemonía del espacio cultural. La Gran Poesía frente a la poesía de combate tan despreciada por el Mercado. Y hay que ir ocupando posiciones tácticas. Salud!

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    2. Tienes razón, la guerra simbólica es de suma importancia.

      Salud!

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