Odian la sombra del pájaro
sobre la pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
sobre las altas paredes lisas.
Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo rubor de la sonrisa.
Aman el azul desierto,
las vacilantes expresiones bovinas,
la mentirosa luna de los Polos,
la danza curva del agua en la orilla.
Con la ciencia del tronco y el rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla
y patinan lúbricos por aguas y arenas
gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.
Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida,
donde los huevos de avestruz quedan eternos
y deambulan intactas las lluvias bailarinas.
Es por el azul sin historia,
azul sin palabras pero con heridas,
azul donde el desnudo del viento va quebrando
los camellos sonámbulos de las nubes vacías.
Es allí donde sueñan los torsos
bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan
la desesperación de la tinta.
Los durmientes borran sus perfiles
bajo la madeja de los caracoles
y queda el hueco de la danza
¡sobre las últimas cenizas!
Federico García Lorca. Poeta en Nueva York, 1930. En Poeta
en Nueva York y Tierra y luna. Ariel, 1981. Edición crítica de Eutimio
Martín.
Imagen: Reuters. Marcha de protesta en Ferguson por la
muerte de Michael Brown