Nacimos en un lavadero de coches. En el lavadero no
había amor: Hacía agua y el frío siempre estaba
cayendo. Cayendo desde el páramo. Cayendo. Cayendo
sobre un metal de corazones dentro de los cuerpos
viejos. Los corazones parecían barcos oxidados dentro
de esos coches con tracción trasera. La mitad del
cuerpo al frente con traseras arrastradas. Sin esfuerzo
interno. Sin cabeza. Sólo risco. Púa. Rompehielos que
partía el hielo dentro del deshielo. Como una manzana
que casca y se abre en tierra. Como todos nosotros.
Mendigando amor: Acuclillados. Mendigando amor
acuclillado.
Al lado del lavadero donde no había amor había un
desguace. En el desguace no había amor. Hacía agua y
el frío siempre estaba cayendo. Cayendo sobre un metal
de corazones dentro de los cuerpos viejos. Había un
pilón de huesos. Unos pegados a otros. Sin amor.
Soldados huesos desarmados. Cientos de astillas y codos
formando engranajes. Sin apego alguno. Sin amor.
Acaso fricción. Tan sólo fricción. Tal y como fuimos.
Mendigos ya enterrados. Desgastados.
El lavadero y el desguace se hundieron bajo el hielo.
Completamente
hundidos.
Ahora, la ciudad se acerca.
La muerte es inconmovible.
Nuria Ruiz de Viñaspre. La zanja. Editorial, Denes. 2015.
Imagen: Michael Ackerman. Polonia, 2005.
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