A Noelia y su madre, Lola
Llego
a casa después de escuchar a Lola contar la historia de Noelia
y me
pregunto ¿qué puedo hacer?
y
me
digo que la próxima vez que vea a un preso
esposado
y rodeado de maderos
en
el hospital
le
miraré a los ojos de frente
y
pensaré que es una persona
tan
normal o anormal como yo mismo
y si
puedo le ayudaré a huir
y
cada vez que lea, escuche o sienta
que
otro
preso se ha suicidado
en
el talego
torceré
el morro
desconfiaré
hasta el infinito
y
lanzaré un abrazo al aire
cada
vez que sepa
que
dicen que un preso
se
ha pateado todo su cuerpo
y
que
su sexo está tumefacto
que
su espalda está abrasada a golpes
que
todo su cuerpo es un cardenal
sabré
que eso se lo han hecho
esos
quienes quieren que les traten de don y doña
cuando
lo más que merecen
es
el escarnio público
por
torturar
por
atentar
por
humillar
por
taparse unos a otros
cada
vez
que se sepa que un preso
ha
muerto enfermo y recluido
pensaré
que se trata
de
un programa de exterminio
cada
vez que me cruce con un enorme
autobús
donde los picoletos
trasladan
a los presos
sin
pausa de aquí para allá
sin
aviso ni más causa
que
la de ser un preso desobediente
inadaptado
que
no
se deja domesticar
intentaré
pinchar todas sus ruedas
y
cuando
escuche
las
palabras
sobredosis
ajuste
de cuentas
reyerta
no
me creeré nada
y
siempre pensaré en
los
culpables
uniformados.
Y aparte
de todo esto
una vez
al día gritaré
que
estos presos
están
aislados
estos
presos
no
tienen piscinas
ni
jacuzzis
ni
televisión
ni
internet
y
les
esconden las cartas de apoyo
les
pierden las pertenencias
y
les
persiguen con sanciones que se acumulan hasta más allá
de
la
muerte
de
la vida
perra
de
carcelero.
Y lo
que haré desde hoy
será
apoyar a cuanto
preso
represaliado
sepa
de
su
existencia.
Felipe Zapico. Muros marcados con tiza. Amargord, 2016.
Imagen: Prisionero fugado
tres veces. Nerchinsk, 1891.
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