1
Tiempo témpano:
no hay premura, pero
el carro que apremia,
el padre que se arrastra,
la hija que reclama.
Tiempo témpano:
premura de ese
pañal sin zurcir,
de la tortilla en el huevo,
de los afectos enmarañados.
El carro acarrea la culpa, ¿cómo
amputarse ese carro?
Tiempo sol:
distancia que templa,
que redime la entrega
sin pausa, sin fruto,
que arrasa la carga.
Tiempo savia:
nutriente de culpa.
Y luego, ella,
y tras la casa, ella,
y tras el padre, ella,
y tras el amor, ella.
Tiempo vida adentro
¿Y afuera?
¿No es vida?
2
La hija
del alcalde,
la más
pequeña,
pun.
3
Eh, Fátima,
¿también a ti
te exhibieron semidesnuda
por las vallas del mundo
para vender sus mercancías?
Y a ti, Elena,
¿cuántas veces te prostituyó
el patriarca
para acrecentar su patrimonio
de altares y ovejas?
Y, Sara, cómo todavía
fluye tu sangre pequeña
por las catorce bocas
que te abrió el cuchillo de la tribu
para limpiar su honra.
Y entre el humo, Berta,
que no deja de subir desde la hoguera
siniestra donde te quemaron,
haciéndose y deshaciéndose,
veo la imagen
que podía haber alcanzado nuestro corazón.
4
Encerrada,
como manda la ley,
amordazada,
como manda la ley,
sometida,
como manda la ley,
adueñada,
como manda la ley,
comprimida,
deprimida,
exprimida,
oprimida,
reprimida,
y
suprimida,
suprimida
como manda la ley.
Oh, altísimos
cabezos del pensamiento
semihumano.
Ya Aristóteles lo dijo:
“Mejor que dos ovarios,
un buen pijo”.
5
La que
esconde los huevos
bajo la
leña,
pun,
catapún.
6
Treinta años en Montdevergues
dando vueltas con tu silla a rastras
por el
patio del manicomio
Camille Camille Claudel
mientras las puertas de tu infierno
se abren paso
en todos los salones de París
treinta años recluida
por tu hermano y tu madre
en penitencia minuciosa
cuándo vendrá?
vendrá?
ya no vendrá?
enemiga del ámbar
en el que te querían fosilizada
- eterna alumna amante eterna
musa material inerte -
te empeñabas en esculpirte
para sacarte otra luz
y mostrar otra verdad
prisionera a golpes esculpida
Camille Camille Claudel
con tu obra encerrada para siempre
en tu biografía
dirán que fue la pasión quien moldeó tu
arcilla
que los celos empuñaron el cincel
que el yeso vomitó tanto abandono
y si hablamos de él
del gran maestro de la escultura
entonces entonces
la habilidad para ver más allá
entonces la condición humana
los efectos de la luz
la fuerza de lo inacabado
para él la ruptura del canon
para ti Montdevergues
pero quién rompió todos los cánones?
de quién la proliferación
de planos? de quién
la radical innovación el viaje interior?
Camille Camille Claudel
la vida abortada
la silla a rastras por el patio
el escoplo con el que sajarte el alma
el silencio sin la piedra y el barro
todos los días treinta años
esperando
Camille
una fosa sin nombre
7
¡Ay,
madre, pobre de mí!,
las
estrellas
nos han
traicionado,
lloraba el petirrojo
sobre tu cuerpo inmóvil.
Empuñabas el fusil
por tu padre
y contra tu padre,
por tu marido
y contra tu marido,
por tu tierra
y contra lo que los hombres
habían hecho de tu tierra.
¡Ay,
madre, pobre de mí!,
cantan, con tu propia voz,
todos los petirrojos
de Rohava.
8
El
sombrero que tú me dabas
va por
el río,
pum,
catupún,
chispún.
9
Me robaron
la semántica del cuerpo,
la noche y su rescoldo,
el disfrute sin trampas,
el mapa del dominio.
Me dejaron
el placer restringido,
la perspectiva del niqab,
el tacón en la nuca,
las pasarelas de la
muerte.
Me negaron
la firmeza del viento,
el puñetazo en la mesa,
la llave de la puerta,
la seguridad de los peces.
Me dejaron
el afán domesticado,
los muñones del alma,
la entrega sumisa,
el ya no puedo más.
Me usurparon
el cuarto del fondo,
la feliz inconsistencia,
el cálculo frío,
el camino y sus cruces.
Me dejaron
el anillo en el dedo,
el destino amañado,
la intensidad suicida,
el fraude en la mirada.
Aprendí, sin embargo,
a resistir el mareo del
vértigo,
a buscar el verdor de los
árboles al final del otoño,
a desclavar la mugre del
espejo,
a cerrar el gas de todas
las espitas.
10
La frivolidad de Olympe de Gouges,
al
subir los peldaños de la guillotina que le cortó la cabeza con tanta sensatez,
la
sumisión de Louise Michel,
enarbolando
la bandera negra en las barricadas de París frente a tanta rebeldía de
políticos y militares de Versalles,
la
debilidad de Rosa Parks,
cuando
se negó a ceder su asiento al hombre blanco que con tanta fortaleza le exigía
que ocupara la parte trasera del autobús,
el
conservadurismo de Anne Lister,
que
en la primera mitad del siglo XIX vivió con su esposa a la vista de todo el
mundo para escándalo de tanto progresismo industrial y bienpensante,
la
fragilidad de Noe Itō,
detenida
y asesinada a golpes por la policía japonesa que con tanta entereza la arrojó
luego a un pozo junto a su compañero y su sobrino de apenas 6 años,
la
simpleza de Hildegarda de Bingen,
mística, teóloga,
naturalista, médica, compositora, creadora de la primera lengua artificial,
poeta, que asombró a tanta inteligencia escolástica y seglar,
la
pasividad de Alexandra David-Néel,
que, frente a tanto
dinamismo de salón, prefirió marcharse a marchitarse y entró en la ciudad
prohibida del Tibet,
la
envidia de Elisabeth Eidenbenz,
que
ayudó a dar a luz en la Maternidad de Elna a cientos de mujeres refugiadas y
combatió tanta generosidad de los gobiernos aliados.
11
Ya no
bebo más agua
de tu
tinaja,
pun.
12
Ya no bebo más agua
de tu tinaja, pun,
porque he visto tus ojos
y mi mortaja,
porque he visto tus ojos
y mi mortaja.
Amalia García Fuertes y Conrado Santamaría. Ya no bebo más agua de tu tinaja. Julio, 2018.
Imagen: Tina Modotti
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