Cuando nací se habían
echado ya las suertes
y estaba escrito
que yo no iba a ganar.
Era la esclava de una reina
y mi destino estaba ligado a ella
una viuda que no tenía cuerpo que enterrar
y tejía y destejía luchando contra la suerte
que le había tocado en el sorteo;
Y los hilos y las puntadas
tejidos y destejidos eran
los hilos de nuestra historia
tejida y destejida con ellos.
Era una esclava y no podía
luchar contra mi sino
y no podía evitar
que esos hombres que esperaban
si no podían tener a la ama
se conformaran con la esclava.
¿Qué sabía yo, una simple esclava,
moneda de cambio
que solo sabe complacer a su amor?
Yo no sabía, de ninguna manera
que en un momento demasiado oportuno
volvería el amor perdido
y me condenaría a muerte
“por complacer a los usurpadores”.
¿Condenaron al cerdo del amo
por ser asado para ellos?
Clara Arregui Sancho. Nosotras
que todo lo perdimos. La herradura oxidada, 2018.
Imagen: Arturo Rivera. El Ángel Guardián, 2005.
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