Los burócratas nadan en un mar de aburrimiento
tempestuoso.
Desde el horror de sus bostezos son los primeros asesinos
de la ternura
terminan por enfermarse del hígado y mueren aferrados a
los teléfonos
con los ojos amarillos fijos en el reloj.
Los burócratas tienen linda letra y se compran corbatas
sufren síncopes al comprobar que sus hijas se masturban
deben al sastre acaparan los bares
leen el Reader´s Digest y los poemas de amor de Neruda
asisten a la ópera italiana se persignan
firman los pliegos nítidos del anticomunismo
los hunde el adulterio se suicidan sin arrogancia
tienen fe en el deporte se avergüenzan
se avergüenzan a mares
de que su padre sea carpintero.
Roque Dalton. El turno
del ofendido, 1962. En Antología.
Visor, 2000.
Imagen: Orson Wells. El
proceso, 1963.
"...se avergüenzan a mares"...
ResponderEliminarY, sin embargo, ¿que sería de los mares sin carpinteros?...
Salud!
Esa vergüenza de sus orígenes es otro paso en el camino de su alienación, de su cosificación, de su prescindibilidad. Sin vínculos, nos quieren, pero aguantamos. Salud!
Eliminar"...su prescindibilidad", ahí le has dado. Pero la garrapata ha convencido al perro de lo contrario. Este es, en mi opinión, el mas grave y arraigado síndrome de Estocolmo que existe.
EliminarLa garrapata entronizada tras el inextricable entramado de leyes, normas, preceptos y reglamentos que conforman su fortaleza y nuestra mazmorra.
Salud!... sin garrapatas.
Así es, los siete mil millones de jinetes del apocalipsis que tú bien dices que ahora cabalgan. Salud!
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