Amables oyentes,
os voy a contar lo del Calvo,
que es un cuento gracioso.
Una vez le dijeron al Calvo
«Esclavo de la lengua, dinos
cómo es esto del mundo».
La siesta entraba por los ventanales
del Domingo a la fábrica,
y en la clara nave
zumbaban las moscas gigantes
de las dínamos solas;
y el Calvo empezó: «Camaradas,
os voy a contar lo del ciego,
que es un cuento gracioso.
Una vez no sé quién a mi abuelo
le dijo «Ciego, Juan el ciego,
tú ¿qué has visto en tu vida?»
En la bodega merendaban
los compadres a escote chorizo,
y de los lagares
se sentía reír a los mostos
y embriagarse la tierra;
y empezó mi abuelo: «Compadres,
os voy a contar de una india,
que es un cuento gracioso.
Una vez a la india Zurita
le dijo el capataz «Tú, vieja,
dinos ya tu secreto».
A los peones nos traían mate
y ya estaban cerradas las reses;
sólo un largo viento,
que sobre él cabalgaba la noche,
de los pastos sonaba;
conque ella empezó: «Mis hijitos,
les voy a contar lo del fraile
que es un cuento gracioso.
Una vez dijo al fraile cabrío
mi tío el buen cacique: «Cuenta
lo que nadie entedemos».
Mi pueblo todo en la pradera
rodaba en torno a las ascuas;
y era yo una niña,
y el salto de Iquimbe lloraba
como un pájaro ciego;
y el fraile: «Amados en Cristo,
os voy a contar del hereje,
que es un cuento gracioso.
Una vez le dijeron a Roque Guinarde
«Eh diablo, eh rojo, eh tú, confiesa
de qué madre naciste».
La hoguera chisporroteaba
al lamerle los pies al bandido,
y en la enorme plaza
bajo el sol de justicia se oía
el hervor de la gente;
y el Roque empezó «Pueblo mío,
os voy a contar del banquero,
que es un cuento gracioso.
Una vez a un judío en la sierra
le dije «Hablad: si el habla es buena,
rescatáis el pellejo».
Entraba por la boca
de la cueva la noche estrellada;
sólo se sentía
a mis hombres ahítos de vino
que roncaban en torno;
conque él: «Gentilísimo huésped,
os voy a contar de mi madre,
que es un cuento gracioso.
Una vez a su padre de niña
le dijo: «Papo, dime cómo
se sostiene la tierra».
Tenía el viejo en sus rodillas
(y era bizco de un ojo) a la niña,
y en la dulce huerta
la polea del pozo chirriaba
arrastrando las horas;
y él habló: «Rutilé, niña mía,
te voy a contar del rabí,
que es un cuento gracioso.
Una vez al rabí moribundo
le preguntaban «Padre, dinos,
qué es lo que ves ahora».
La curandera restañaba
de su llaga la sangre violeta;
ya de todas partes
se sentía el rumor de las hordas
que asaltaban los muros;
y el viejo empezó: «Oh vencidos,
os voy a contar de la esclava,
que es un cuento gracioso.
Una vez en Sidón a la esclava
del dios le hablaron «Gran ramera,
cuenta ya tu mentira».
Los cien eunucos, las doscientas
concubinas yacían en torno,
y el dorado techo
con los ecos de estériles besos
y de erutos sonaba;
pero ella empezó: «Compañeras,
os voy a contar del pastor,
que es un cuento gracioso.
Una vez a mi padre en su choza
le dijo no sé quién «Pastor de cabras,
di cómo era la vida».
Se había ya ordeñado, y casi
de la tarde al morir desteñía
iris por los montes;
todavía en el techo de jaras
tintinaba la lluvia;
y empezó el pastor: «Pues, hermanos,
os voy a contar lo del pobre,
que es un cuento gracioso.
Una vez al mendigo de morros
de chivo le dijeron: «Dinos
lo que nunca nos dices».
Yo había a la ciudad bajado
a vender unos quesos y flautas,
y en la callejuela
sin salida cantaban los yunques,
golondrinas chillaban;
y el pobre empezó: «Pues, amigos,
os voy a contar lo del negro,
que es un cuento gracioso.
Una vez en la feria de esclavos
le hablé a un gigante negro: «Negro,
di qué es lo que eres».
Mugidos, ruedas y pregones
el mercado industrioso amasaba,
y zumbaba todo
como una colmena que abres
en la fuerza del día;
y el negro empezó. Pero, amigos,
aquel negro era mudo;
y se sonreía».
Esto, hermanos,
nos contaba el mendigo
del morro de chivo en aquella calleja;
y se sonreía»».
Así dijo,
compañeras, mi padre
el pastor en su choza a los otros pastores;
y se sonreía»»».
Tal contaba,
oh, vosotros, vencidos,
la ramera del templo tendida en su lecho;
y se sonreía»»»».
Sí, mi niña:
así habló el moribundo,
cuando casi las hordas tomaban la plaza;
y se sonreía»»»»».
Eso dijo,
gentil huésped, mi abuelo
en la huerta olvidada a mi madre peinándola;
y se sonreía»»»»»».
Esta, oh pueblo,
ésta era la historia
del rico judío en mi cueva estrellada;
y se sonreía»»»»»»».
Tal hablaba,
mis amados hermanos,
el demonio de Roque Guinarde en la hoguera;
y se sonreía»»»»»»»».
Así hablando,
engañaba a mi gente
de los llanos, hijitos, el fraile cabrío;
y se sonreía»»»»»»»»».
Este cuento
la india vieja, compadres,
le contó al peonaje, y fumaba con ellos,
y se sonreía»»»»»»»»»».
Esto era,
camaradas, aquello
que contaba en la dulce bodega mi abuelo,
y se sonreía»»»»»»»»»»».
Lo que dijo,
mis amables oyentes,
el Domingo en la fábrica el Calvo a los otros
(y se sonreía),
eso mismo
os lo cuento, entre tanto
que por fuera trajina el verano, y mi vida
va volviéndose cuento.
Agustín García Calvo. Canciones y soliloquios. Lucina, 1982.
Imagen: Lee Jeffries
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