En la casa de los Puskin no había dolor.
Mamá Puskin había tejido pañitos de cruceta
con flores
y añadido después a los sillones
este adorno casual.
Así las cabezas reposaban sin preocupaciones,
con sus nimbos de hilo a salvo del eskay.
Papá Puskin llevaba zapatillas con sus iniciales.
(Con la “P” de Puskin y de padre a la vez).
Y todos los hijos Puskin se sentaban a su lado,
de mayor a menor.
(El menor había heredado además
la sonrisa feliz que estiraba la piel
de mamá Puskin).
Toda la familia Puskin se acostaba a las diez.
(Pusieran lo que pusieran en el televisor).
Hasta que una noche
-a eso de las doce-
llamaron a la puerta…
Ángel Fernández Fernández. En Voces del Extremo. Antología 2012/2016. Coord. Antonio Orihuela. Amargord, 2017.
Imagen: David Lynch. Rabbits, 2002.
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