El joven grande peina el cielo roto
entre todos los mineros, que encorvados,
rompen las piedras, buscan el corazón rojo
del hierro sustento, del hierro muerte.
No hay sol que abra las nubes, no hay
sitio de silencio y de amor.
La joven Marcelina piensa que las manos
del hombre alto pueden desmadejar la niebla,
recoger el agua antes de que se manche
en el suelo, parar el proyectil del miedo
antes de que les hieran, sí, antes
del diálogo de lamentos y lágrimas.
La joven Marcelina borda en la tela blanca
los pájaros que no se oyen, las flores
que no brotan, las letras que inician
sus nombres. La uve del vuelo del ave,
la eme de la mujer en pie firme
sobre la tierra herida.
Pablo Müller. Pan y hierro. Ediciones del 4 de Agosto, 2019.
Imagen: Federico Patellani
Un abrazo agradecido, Conrado.
ResponderEliminarGracias a ti, Pablo. Besarkada handi bat. Salud!
EliminarLa belleza de este poema es la belleza de Marcelina en su peinar "el cielo roto" y en pensar "esas manos" en su querer acoger el agua libre de la lluvia. En saber, tal vez, que la herida de la tierra no es la propia de la tierra, sino la herida del hombre que la habita.
ResponderEliminarSalud al cantor y al hombre que ese canto expande !!!
La belleza también está en la enunciación de Ese Gran Sentimiento (¿Es universal el amor? ¿Ama de la misma manera la joven maquiladora que la señora ministra de la cosa? ) sin echar mano de las palabras tramposas que el régimen impone para petrificarlo y someternos a su representación? Salud, Joan, eres un gran hermeneuta!
EliminarQuerido Conrado, compañero de decires, sabrás bien que la pregunta que lanzas no es inocente, pues lo que pones sobre esta mesa virtual es nada menos que la cuestión, todavía candente, de los Universales -que, mucho antes que Platón y Aristotéles, ya fue puesta en circulación por Heráclito: ese río que siempre/nunca es y no es el mismo-
ResponderEliminarLibertad, Amor, Justicia ... ¿aman de la misma manera la maquilladora y la ministra? ... lo que es seguro es que no viven de la misma manera ... Más allá de esa obviedad, soy incapaz de responder con sentido a tu pregunta.
Pero puedo aventurar una respuesta sentida: el amor -los modos del amar o del desamar- más que en el decir, deberían rastrearse en el mirar. Un mirar que es una disposición a ver absolutamente al Otro (Derrida). Entonces, la cuestión ya no sería tanto lo propio de cada mirada, sino la capacidad para sostenerla.
¿Podía Aristóteles ver absolutamente al Otro en la esclava que le hacía la colada? Salud!
EliminarJaJaJa !!! ... para Aristo y sus colegas, los esclavos no eran propiamente hombres ... era un mirar torcido.
ResponderEliminar