I
No es un árbol, sino solo su imagen
reflejada en el agua.
Las ramas se arrastran
por las piedras del fondo
con temblor de cristal humedecido
y un resplandor dorado
se enreda en los nudos de su tronco.
Las nubes se mecen
en las ondas del río
como gasas de seda
envolviendo en su sueño
a este árbol sin raíces.
Los peces a la tarde
nadan por sus ramas y en otoño
las hojas
caen hacia arriba.
Está allí, pero es sólo ausencia.
Ningún ave anida en su copa
temiendo naufragar.
II
Ya sólo queda el hombre
sentado junto al agua
ajeno a todo. Su mirada
se pierde entre las ramas reflejadas
y las algas sinuosas.
Bebe otro trago
y el vino se derrama por la hierba.
Impregna la quietud la tarde
que va muriendo.
El reflejo tiembla en el río y abre
una ventana limpia a su mirada.
Las hojas siguen verdes allá abajo
como en sus días escolares
y le sube una música
con sabor de limones y narcisos.
En el cristal del agua
los cuervos que ahora pueblan las acacias
son aquellas golondrinas de entonces.
Salvo el reflejo no le queda nada,
salvo ese mundo transparente
que le llama a lo hondo
como una niebla tibia
que envolviera su cuerpo.
Se oye un graznido seco
y es otra vez septiembre.
El hombre se levanta vacilante
arrojando con un gesto de rabia
contra el río el cartón de vino
y se va en busca de un lugar
donde pasar la noche
lejos del árbol, lejos del agua.
Amalia García Fuertes. Todavía no somos piedras. Ediciones Cimarrón, 2024.
Imagen: Amalia García Fuertes. Venecia, 2012.
Suele decirse que leer poesía es recomendable. Algunas veces, como en este caso, el enunciado es cierto.
ResponderEliminarChiloé
A veces hay que seguir las recomendaciones, Chiloé. Salud!
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