He dado en meditar algunas veces, acerca si los reyes sienten o no piedad hacia sus súbditos, insurgentes y adictos. Y siempre he tropezado que en realidad no hay un rey soberano.
Sería soberano un rey que conociera su condición moral, pero esto no es posible. Los monarcas no saben sino que son monarcas, mas no por qué lo son. Si alguno lo supiera y no era un mal hombre, se vería obligado a abandonar el solio: sería su conciencia que le destronaría.
En mi carnet de apuntes he anotado un telegrama que publicó la Prensa y que nadie ha leído, escrito en esta forma: Regicida enfermo—Milán. «Dicen de Viena que Gabriel Prinze, que mató al archiduque de Austria y no pudo ser condenado a muerte por no tener veinte años de edad, se encuentra enfermo de tuberculosis pulmonar y está gravísimo» (4-5-16). Basta. Ya veis como no puede sostenerse la cabeza de un rey, si no es ejecutando o inoculando tisis.
Pocos días después, junté a lo ya anotado este otro telegrama: La sublevación irlandesa. «Ayer mañana fueron fusilados James Connell, comandante en jefe de los rebeldes, y John Maedermotr, uno de los firmantes del manifiesto del Gobierno provisional, que los revolucionarios publicaron en Dublín». Es decir, el monarca no puede ser monarca sin la base del crimen.
Todos los preceptores de los jefes de Estado, procuran persuadirles de que son necesarios para la Humanidad. Y aún de que el bien del pueblo está en ser castigado y tener jefes. El rey no contará nunca a un soldado suyo como un hombre que es, sino como un soldado; antes que ser magnánimo, será siempre inclinado a ser perverso. Yo creo que Nerón hizo muy bien en condenar a muerte a su maestro Séneca. Porque Séneca dijo: «El hombre a quien place la virtud no puede agradar al pueblo; la gracia y el favor del pueblo se obtienen por arte mala, y a ti te conviene que te hagas parecido a él, porque no te loará si no te conoce».
¿Cómo pedir piedad a un ente imaginario, a un rey que nunca es rey? Si supiesen los pájaros lo que es un espantajo, posarían alegres encima las espigas, seguros de sí mismos. Si los pueblos supiesen que los reyes también son espantajos, ¡a qué abismo caerían los cetros y coronas!
Joan Salvat-Papasseit. Humo de fábrica. Galerías Layetanas, 1918.
Imagen: Iván Alekséivich Vladimirov. Долой Орла, 1917.
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