Un hombre espantoso entra y se contempla en el espejo.
«¿Por qué se mira usted en el espejo, si no le es posible verse en él sin desagrado?»
El hombre espantoso me responde: «Caballero, según los inmortales principios del 89, todos los hombres tenemos los mismos derechos ante la ley; por lo tanto, tengo derecho a contemplarme; con agrado o desagrado, eso es algo que únicamente atañe a mi conciencia».
En nombre del sentido común, yo tenía sin duda razón; pero, desde el punto de visa de la ley, no andaba él desencaminado.
Charles Baudelaire. El esplín de París (Pequeños poemas en prosa). Traducción, introducción y notas: Francisco Torres Monreal. Alianza Editorial, 1999.
Imagen: José de Ribera. Filósofo con espejo, s/d.
Cuántas veces los signos externos de la belleza sirven para enmascarar la profunda sustancia del mal. La maltratada prostituta maquilla sus moratones frente al espejo antes de volver a ofrecer su renovada belleza al siguiente cliente.
ResponderEliminarEl orden establecido es un escalofriante camerino.
Salud!
Un camerino legitimado y amparado por la Ley. Salud, Juan!
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