jueves, 8 de diciembre de 2016

Informe de una injusticia



Desde hace algunos días se encuentran bajo de la lluvia los enseres personales de la señora Damiana Murcia v. de García de 77 años de edad quien fue lanzada de una humilde vivienda situada en la 15 calle “C”, entre 3ª. y 4ª avenidas de la zona 1.” (Radioperiódico “Diario Minuto”, primera edición del día miércoles 10 de junio de 1964.)



Tal vez no lo imagines, 

pero aquí, 

delante de mis ojos, 

una anciana, 

Damiana Murcia, v. de García, 

de 77 años de ceniza, 

debajo de la lluvia, 

junto a sus muebles 

rotos, sucios, viejos, 

recibe 

sobre la curva de su espalda 

toda la injusticia 

maldita 

del sistema de lo mío y lo tuyo.


Por ser pobre, 

los juzgados de los ricos 

ordenaron desahucio. 

Quizá ya no conozcas 

más esta palabra. 

Así de noble 

es el mundo donde vives. 

Poco a poco 

van perdiendo ahí 

su crueldad 

las amargas palabras. 

Y cada día, 

como el amanecer, 

surgen nuevos vocablos, 

todos llenos de amor 

y de ternura para el hombre. 


Desahucio. 

¿Cómo aclararte?

Sabes, aquí, 

cuando no puedes pagar el alquiler, 

las autoridades de los ricos 

vienen y te lanzan 

con todas tus cosas 

a la calles. 

Y te quedas sin techo 

para la altura de tus sueños. 

Eso significa la palabra 

desahucio: soledad 

abierta al cielo, al ojo juzgor 

y miserable.


Este es el mundo libre, dicen. 

¡Qué bien que tú 

ya no conozcas 

estas horrendas libertades! 


Damiana Murcia, v. de García, 

es muy pequeña, 

sabes, 

y ha de tener tantísimo frío. 

¡Qué grande ha de ser su soledad!


No te imaginas 

lo que duelen estas injusticias. 

Normales son entre nosotros. 

Lo anormal es la ternura 

y el odio que se tiene a la pobreza. 

Por eso hoy más que siempre 

amo tu mundo. 

Lo entiendo, 

lo glorifico 

atronado de cósmicos orgullos. 

Y me pregunto: 

¿Por qué, entre nosotros, 

sufren tanto los ancianos,

si todos se harán viejos algún día?


Pero lo peor de todo 

es la costumbre. 

El hombre pierde su humanidad 

y ya no tiene importancia para él 

lo enorme del dolor ajeno, 

y come, 

y ríe, 

y se olvida de todo. 

Yo no quiero 

para ninguno 

estas cosas. 

Yo no quiero 

para nadie en el mundo 

estas cosas. 

Y digo yo, 

por qué el dolor 

debe llevar 

claramente establecida su aureola.


Ahora compárame en el tiempo. 

Y dile a tus amigos 

que la risa mía 

se me ha vuelto una mueca 

grotesca 

en medio de la cara. 

Y que digo amen a su mundo. 

Y lo construyan bello. 

Y que me alegro mucho 

de que ya no conozcan 

injusticias 

tan hondas y abundantes.




Otto René Castillo. Vámonos, Patria, a caminar. Editorial Landívar, 1965.

Imagen: Andrés Kudacki. Desahucio en Vallecas,  2014.

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