Desde hace algunos días se
encuentran bajo de la lluvia los enseres personales de la señora Damiana Murcia
v. de García de 77 años de edad quien fue lanzada de una humilde vivienda
situada en la 15 calle “C”, entre 3ª. y 4ª avenidas de la zona 1.” (Radioperiódico “Diario
Minuto”, primera edición del día miércoles 10 de junio de 1964.)
Tal vez no lo imagines,
pero aquí,
delante de mis ojos,
una anciana,
Damiana Murcia, v. de García,
de 77 años de ceniza,
debajo de la lluvia,
junto a sus muebles
rotos, sucios, viejos,
recibe
sobre la curva de su espalda
toda la injusticia
maldita
del sistema de lo mío y lo tuyo.
Por ser pobre,
los juzgados de los ricos
ordenaron desahucio.
Quizá ya no conozcas
más esta palabra.
Así de noble
es el mundo donde vives.
Poco a poco
van perdiendo ahí
su crueldad
las amargas palabras.
Y cada día,
como el amanecer,
surgen nuevos vocablos,
todos llenos de amor
y de ternura para el hombre.
Desahucio.
¿Cómo aclararte?
Sabes, aquí,
cuando no puedes pagar el alquiler,
las autoridades de los ricos
vienen y te lanzan
con todas tus cosas
a la calles.
Y te quedas sin techo
para la altura de tus sueños.
Eso significa la palabra
desahucio: soledad
abierta al cielo, al ojo juzgor
y miserable.
Este es el mundo libre, dicen.
¡Qué bien que tú
ya no conozcas
estas horrendas libertades!
Damiana Murcia, v. de García,
es muy pequeña,
sabes,
y ha de tener tantísimo frío.
¡Qué grande ha de ser su soledad!
No te imaginas
lo que duelen estas injusticias.
Normales son entre nosotros.
Lo anormal es la ternura
y el odio que se tiene a la pobreza.
Por eso hoy más que siempre
amo tu mundo.
Lo entiendo,
lo glorifico
atronado de cósmicos orgullos.
Y me pregunto:
¿Por qué, entre nosotros,
sufren tanto los ancianos,
si todos se harán viejos algún día?
Pero lo peor de todo
es la costumbre.
El hombre pierde su humanidad
y ya no tiene importancia para él
lo enorme del dolor ajeno,
y come,
y ríe,
y se olvida de todo.
Yo no quiero
para ninguno
estas cosas.
Yo no quiero
para nadie en el mundo
estas cosas.
Y digo yo,
por qué el dolor
debe llevar
claramente establecida su aureola.
Ahora compárame en el tiempo.
Y dile a tus amigos
que la risa mía
se me ha vuelto una mueca
grotesca
en medio de la cara.
Y que digo amen a su mundo.
Y lo construyan bello.
Y que me alegro mucho
de que ya no conozcan
injusticias
tan hondas y abundantes.
Otto René Castillo. Vámonos,
Patria, a caminar. Editorial Landívar, 1965.
Imagen: Andrés Kudacki. Desahucio en Vallecas, 2014.
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