martes, 27 de diciembre de 2016

TESTIMONIAL



ALLÍ están,

allí estaban

las trashumantes nubes,

la fácil desnudez del arroyo,

la voz de la madera,

los trigales ardientes,

la amistad apacible de las piedras.


Allí la sal,

los juncos que se bañan,

el melodioso sueño de los sauces,

el trino de los astros,

de los grillos,

la luna recostada sobre el césped,

el horizonte azul,

¡el horizonte!

con sus briosos tordillos por el aire.


¡Pero no!


Nos sedujo lo infecto,

la opinión clamorosa de las cloacas,

los vibrantes eructos de onda corta,

el pasional engrudo

las circuncisas lenguas de cemento,

los poetas de moco enternecido,

los vocablos,

las sombras sin remedio.


Y aquí estamos:

exangües,

más pálidos que nunca;

como tibios pescados corrompidos

por tanto mercader y ruido muerto:

como mustias acelgas digeridas

por la preocupación y la dispepsia;

como resumideros ululantes

que toman el tranvía

y bostezan

y sudan

sobre el carbón, la cal, las telarañas;

como erectos ombligos con pelusa

que se rascan las piernas y sonríen,

bajo los cielorrasos

y las mesas de luz

y los felpudos;

llenos de iniquidad y de lagañas,

llenos de hiel y tics a contrapelo,

de histrionismos madeja,

yarará,

mosca muerta;

con el cráneo repleto de aserrín escupido,

con las venas pobladas de alacranes filtrables,

con los ojos rodeados de pantanosas costas

y paisajes de arena,

nada más que de arena.


Escoria entumecida de enquistados complejos

y cascarrientos labios

que se olvida del sexo en todas partes,

que confunde el amor con el masaje,

la poesía con la congoja acidulada,

los misales con los libros de caja.

Desolados engendros del azar y el hastío,

con la carne exprimida

por los bancos de estuco y tripas de oro,

por los dedos cubiertos de insaciables ventosas,

por caducos gargajos de cuello almidonado,

por cuantos mingitorios con trato de excelencia

explotan las tinieblas,

ordeñan las cascadas,

la edulcorada caña,

la sangre oleaginosa de los falsos caballos,

sin orejas,

sin cascos,

ni florecido esfínter de amapola,

que los llevan al hambre,

a empeñar la esperanza,

a vender los ovarios,

a cortar a pedazos sus adoradas madres,

a ingerir los infundios que pregonan las lámparas,

los hilos tartamudos,

los babosos escuerzos que tienen la palabra,

y hablan,

hablan,

hablan,

ante las barbas próceres,

o verdes redomones de bronce que no mean,

ante las multitudes

que desde un sexto piso

podrán semejarse a caviar envasado,

aunque de cerca apestan:

a sudor sometido,

a cama trasnochada,

a sacrificio inútil,

a rencor estancado,

a pis en cuarentena,

a rata muerta.




Oliverio Girondo. Persuasión de los días, 1942.

Imagen: Ismael González de la Serna. Europa, 1935.

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