La ventana de su cuarto daba al estío.
El estío daba a todas partes.
La ciudad no tenía agua
y la multitud era un delirio.
Nadie sabía de dónde salía tanta gente.
Todos venían a ver el fin del mundo.
Pero el fin del mundo no llegaba.
Llegaba el calor, llegaba la sed,
llegaba la muchedumbre.
Con los ojos llenos de tiempo.
Más allá de las casas grises
corría el río desaparecido.
Parado delante de la ventana,
el ángel se asomaba a la noche,
el más misterioso de los océanos.
Allá debía aparecer la señal. Allá.
Pasaron las horas, los días y los meses
y el fin del mundo no llegó.
Sólo se acabó el mundo para unos cuantos.
II
La Amazonía era el desierto más grande del mundo,
la habitaban millones de moscas y hormigas.
Los políticos y los militares, invocando soberanía,
proclamaban su derecho a destruirla.
Una guacamaya escarlata la recorría
desde hacía meses buscando árboles donde posarse.
Pero sólo encontraba piedras y tocones ardientes.
La tierra, como un ojo sin párpados, recibía
el sol que, abrasador, la quemaba en todas partes.
El ángel, parado al borde de una barranca,
veía, sediento, el fin del día sanguinolento.
III
La selva era un desierto. Brillaba una luz triste
sobre esa inmensidad de harapos verdes.
Los animales habían muerto. En un estanque
el hombre se miraba como en un espejo negro.
Los amantes habían procreado espectros.
En la almohada, sus cabezas habían dejado
cabellos cenicientos. La tarde ya no era azul.
Los ojos se quedaban ciegos si miraban el cielo.
Un sol falso engañaba a los pájaros de la primavera,
que cantaban delante de sus rayos turbios.
No engañaba a los ángeles, esperando
en las azoteas el alba verdadera.
El último jaguar corría entre los tocones.
La muerte armada lo perseguía,
le disparaba con una escopeta
hormigas rojas y moscas fosforescentes.
La mañana era un paraíso en ruinas.
Homero Aridjis. Tiempo de ángeles, 1994. En El consumo
de lo que somos. Muestra de poesía ecológica hispánica contemporánea. (Ed.
Steven F. White). Amargord, 2014.
Imagen: Jayaprakash Joghee Bojan
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