Vine a Comala porque me
dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo
le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en
señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo
todo. “No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de
este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Entonces no pude hacer
otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí
diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos
muertas.
Todavía antes me había dicho:
–No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que
estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo,
cóbraselo caro.
–Así
lo haré, madre.
Pero
no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de
sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un
mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el
marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Juan Rulfo. Pedro Páramo, 1953.
Imagen: Juan Rulfo.
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