Decía Kropotkin que la revolución se producía en la
cabeza. Aludía con ello a un momento de comprensión, una aha experience,
consistente en percibir que la brutalidad venía de la propiedad, y que la
propiedad venía garantizada por el Estado. A esa sencilla ecuación se le
denominaba La Idea. Y al momento de su aprehensión, revolución. Cuando La Idea
entraba en la cabeza se producía, así, un gran cambio en la percepción que lo
cambiaba, a su vez, todo. La vida, en efecto, cambiaba. Cambiaba la percepción
de los demás, de la amistad, de la pareja, de la paternidad, de la maternidad.
Cambiaba la idea de la propiedad, del dinero, del trabajo, del ocio, del
consumo. Era, en efecto, una revolución. Eso fue, por ejemplo, lo que le pasó a
Tolstoi. Después de esa revolución en su cabeza creó escuelas, liberó a sus
siervos, les dio la tierra. Y murió en una estación de tren, junto a su hija,
intentando huir de una familia que no entendió su cambio. Yo vi personas con
esa cabeza. Hace décadas que no existen. Las añoro. No eran Tolstoi. Habían
aprendido a escribir a duras penas. Tenían una mirada tranquila, humilde, que
no he vuelto a ver. En cierta manera, poseían la mirada del inmortal, la
persona que, salvo al destino, no espera ni teme nada, porque ya lo tiene todo.
Me pregunto cuándo cambió todo. Cuándo dejó de ser
posible que la revolución se produjera en la cabeza. Cuándo, de pronto, se
empezó a producir, en contrapartida, absolutamente todo en la cabeza. Todo.
Mejor que en la realidad. Con todo lujo de detalles, de respuestas, de
soluciones. Con una energía tan vital que suple la vida, que suple liberar a
siervos, darles la tierra. Con más vehemencia, pero sin ningún contacto con el
exterior de la cabeza. Cuándo en la cabeza se produjeron políticas tan
perfectas y vívidas que impiden ver la brutalidad cotidiana. Cuándo se dejó de
percibir la brutalidad porque, en la cabeza, no cabía, ensuciaba el paraíso que
nos explicaban.
17 de febrero de 2019
Guillem Martínez. Los domingos. Aula literaria Jesús
Delgado Valhondo. Nº 112.
Imagen: V. I. Rossinsky. Tolstói se despide de su hija Alexandra, 1911.