Jamás he escrito contra los muertos. Me desabrocharía
la camisa y les diría que sí, que los cucuruchos
blancos dan aún leche azucarada,
pero cuando el reloj de oro de bolsillo del abuelo
llegó por avión sobre las Rocosas,
sobre el ámbar de los campos
y los ríos negros, con la mirada vacía de
mi abuela aplastada contra su nombre grabado,
pensé en él cuando ponía el plato
vacío delante de mi hermana, apagaba
las luces tras la cena, se sentaba en la habitación
oscura de la chimenea, la luz de las llamas
relampagueante en su ojo de cristal
en aquel cuarto en el que le enseñó a mi padre
a hacer lo que me hizo, y dije
No. Dije. Dejemos muerto a éste.
Dejemos que su caída a través del techo de cristal,
las esquirlas, girando, el armazón,
los trozos de cristal por el aire, sea aquí su
última comparecencia.
OF ALL THE DEAD THAT HAVE COME TO ME, THIS ONCE
I have never written
against the dead. I would open my
shirt to them and say
yes, the white
cones still making
sugary milk,
but when
Grandfather´s gold pocket-watch
came in by air over
the Rockies,
over the dark yellow
of the fields
and the black rivers,
with Grandmother´s blank
face pressed against
his name in the back,
I thought of how he
put the empty
plate in front of my
sister, turned out
the lights after
supper, sat in the black
room with the fire,
the light of the flames
flashing en his glass
eye
in that cabin where
he taught my father
how to do what he did
to me, and I said
No. I said Let this
one be dead.
Let the fall he made
through that glass roof,
splintering, turning,
the great shanks and
slices of glass in
the air, be his last
appearance here.
Sharon Olds. Los
muertos y los vivos. Bartleby, 2006. Traducción: J. J. Almagro Iglesias y
Carlos Jiménez Arribas.
Imagen: Paula Rego. The
Interrogator´s Garden, 2000.