jueves, 5 de diciembre de 2019

EL ZÁNGANO


Nos pasó con el empleador,

pensaba que éramos una camada de recién nacidos gatos,

nos introdujo en un saco y lo lanzó al agua.


Otro día cebaba trampas con queso envenenado. Son animales.

Son pequeños. Son irracionales, dedujo por las cagadillas

esparcidas en los portafolios, teclados de ordenador

y sobre unas cajas de cartón, apiladas en el almacén.


La vez que salimos del hormiguero

nos fumigó con agua de sal. A día de hoy

el escozor en los ojos sigue siendo insoportable.


Una noche, que subimos por las paredes,

el arma era una escoba de hilaza y estopa

con la que golpeaba nuestros cuerpos desnudos,

entonces supimos cómo brilla el carmín sobre la piel

y la importancia de alzar el cuello y mirar de frente.


La plaga que se comía sus ganancias

había aprendido a discernir entre lo verdadero y lo falso.


Pero el día del ataque final

habían programado en televisión

un programa del corazón, o una de vaqueros

o un partido de fútbol, si bien recuerdo


pudimos cumplir nuestros sueños…


yo, por ejemplo, estoy posado sobre una cresta de gallo

libo su néctar, me embriago


y a veces pierdo la razón.





Gsús Bonilla. Viga. Liliputienses, 2015.

Imagen: Jürgen Schäfer. Abrazo, 1989.

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