Nos pasó con el empleador,
pensaba que éramos una
camada de recién nacidos gatos,
nos introdujo en un saco y
lo lanzó al agua.
Otro día cebaba trampas con
queso envenenado. Son animales.
Son pequeños. Son irracionales,
dedujo por las cagadillas
esparcidas en los
portafolios, teclados de ordenador
y sobre unas cajas de
cartón, apiladas en el almacén.
La vez que salimos del
hormiguero
nos fumigó con agua de sal. A
día de hoy
el escozor en los ojos sigue
siendo insoportable.
Una noche, que subimos por
las paredes,
el arma era una escoba de
hilaza y estopa
con la que golpeaba nuestros
cuerpos desnudos,
entonces supimos cómo brilla
el carmín sobre la piel
y la importancia de alzar el
cuello y mirar de frente.
La plaga que se comía sus
ganancias
había aprendido a discernir
entre lo verdadero y lo falso.
Pero el día del ataque final
habían programado en
televisión
un programa del corazón, o
una de vaqueros
o un partido de fútbol, si
bien recuerdo
pudimos cumplir nuestros
sueños…
yo, por ejemplo, estoy
posado sobre una cresta de gallo
libo su néctar, me embriago
y a veces pierdo la razón.
Gsús Bonilla. Viga. Liliputienses, 2015.
Imagen: Jürgen Schäfer. Abrazo,
1989.
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