-El criollaje conserva todos los
privilegios, todas las premáticas de las antiguas leyes coloniales. Los
libertadores de la primera hora no han podido destruirlas, y la raza indígena,
como en los peores días del virreinato, sufre la esclavitud de la Encomienda.
Nuestra América se ha independizado de la tutela hispánica, pero no de sus
prejuicios, que sellan con pacto de fariseos, Derecho y Catolicismo. No se ha
intentado la redención de indio que, escarnecido, indefenso, trabaja en los
latifundios y en las minas, bajo el látigo del capataz. Y esa obligación
redentora debe ser nuestra fe revolucionaria, ideal de justicia más fuerte que
el sentimiento patriótico, porque es anhelo de solidaridad humana. El Océano
Pacífico, el mar de nuestros destinos raciales, en sus más apartados parajes,
congrega las mismas voces de fraternidad y de protesta. Los pueblos amarillos
se despiertan, no para vengar agravios, sino para destruir la tiranía jurídica
del capitalismo, piedra angular de los caducos Estados Europeos. El Océano
Pacífico acompaña el ritmo de sus mareas con las voces unánimes de las razas
asiáticas y americanas, que en angustioso sueño de siglos, han gestado el ideal
de una nueva conciencia, heñida con tales obligaciones, con tales sacrificios,
con tan arduo y místico combate, que forzosamente se aparecerá delirio de brahamanes
a la sórdida civilización europea, mancillada con todas las concupiscencias y
los egoísmos de la propiedad individual. Los Estados Europeos, nacidos de
guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian sus
crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos llevan la
deshonestidad hasta el alarde orgulloso de sus felonías, hasta la jactancia de
su cínica inmoralidad a través de los siglos. Y esta degradación se la muestran
como timbre de gloria a los coros juveniles de sus escuelas. Frente a nuestros
ideales, la crítica de esos pueblos es la crítica del romano frente a la
doctrina del Justo. Aquel obeso patricio, encorvado sobre el vomitorio,
razonaba con las mismas bascas. Dueño de esclavos, defendía su propiedad: Manchado
con las heces de la gula y del hartazgo, estructuraba la vida social y el goce
de sus riquezas sobre el postulado de la servidumbre: Cuadrillas de esclavos
hacían la siega de la mies: Cuadrillas de esclavos bajaban al fondo de la mina:
Cuadrillas de esclavos remaban en el trirreme. La agricultura, la explotación
de los metales, el comercio del mar, no podrían existir sin el esclavo,
razonaba el patriciado de la antigua Roma. Y el hierro del amo en la carne del
esclavo se convertía en un precepto ético, inherente al bien público y a la
salud del Imperio. Nosotros, más que revolucionarios políticos, más que hombres
de una patria limitada y tangible, somos catecúmenos de un credo religioso.
Iluminados por la luz de una nueva conciencia, nos reunirnos en la estrechez de
este recinto, como los esclavos de las catacumbas, para crear una Patria
Universal. Queremos convertir el peñasco del mundo en ara sidérea donde se
celebre el culto de todas las cosas ordenadas por el amor. El culto de la
eterna armonía, que sólo puede alcanzarse por la igualdad entre los hombres.
Demos a nuestras vidas el sentido fatal y desinteresado de las vidas estelares;
liguémonos a un fin único de fraternidad, limpias las almas del egoísmo que
engendra el tuyo y el mío, superados los círculos de la avaricia y del robo.
Ramón del Valle-Inclán. Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente,
1926.
Imagen: Oswaldo Guayasamín. El grito III, 1984.
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