Pasea con el luto de viuda
de sí misma,
payasa, miliciana,
entre los arces plateados de
New Jersey
(o tal vez sean pinos,
encinas, jaras y retamas
de Chozas de la Sierra… Yo
ya no sé).
La navaja del río corta pan
y tomate
de la tarde que se evapora.
Don Gil, Jilguero de las
calzas verdes,
asado con madera del cajón
de la portería,
miraba compasivo
cómo acuna tus brazos
esqueléticos,
mientras dan de mamar a la
guerra de nunca,
teta arrugada, teta guerreada,
y todo lo demás.
Y todo blanco y negro. Y
desvaído.
Un hombre levantaba su
cabeza de ortiga
en el menesteroso anochecer.
Mendigos con fusiles (que yo
los vi pasar
porque tú los mirabas).
Y niños muertos que
esquivabas para no pisarlos
en la calle de Atocha
(nunca los vi ni quise
verlos),
y aquel puente estrechísimo
que no es el más con más
de Nueva York, sino de nieve
y de cellisca
(yo lo he visto, y lo veo, y
seguiré viéndolo),
con las mujeres de ébano y
marfil arrugado,
porque era entonces todo
blanco y negro.
Y ahora vuelve sin Filis,
cabalgando su cáncer,
¡hasta mañana, Filis!
Más tarde, en tu memoria
cristalizaban sombras,
entre los rascacielos de
acero y miel,
sombras de mondas de
patatas,
y que mañana no será otro
día,
y otra sombra resbalando
sobre una lágrima,
enhebrando una aguja,
zurciendo una bufanda,
a la sombra de una lenteja.
José Hierro. En Nombres propios. Selección de José
Hierro y A. Sánchez Zamarreño. Edición de Antonio Sánchez Zamarreño.
Universidad de Salamanca, 1995.
Imagen: Paula Rego. Sin título (Niña afeitando a un perro),
1986.