De tanto agitar banderas se
fueron volviendo harapos.
Muchos, como Eneas, íbamos
con el padre a cuestas
En lucha con su sombra y su
talante.
El fantasma que recorría el
mundo
Se sentó a nuestra mesa y
compartió
Un pan hecho con la levadura
del sueño.
Recordábamos a Louise
Michel,
Su manera de señalar que la
misma madera
Sirve para fabricar toneles
o cadalsos.
A cada tanto recibíamos
noticias de Patmos:
Paisajes devastados y
hombres desplazados,
Lejos del más allá de las
ciudades.
Se fueron poblando de vacíos
las mesas del café,
De herrumbre los cubiertos
del ausente.
El oscuro garitero repartía
un naipe negro
Y supimos que la muerte,
como un corredor de fondo,
Entrenaba en los estadios
nocturnos y vacíos.
Siempre hubo mujeres lavando
el agua,
Dándonos a comer el pan de
la alegría.
Despreciamos los pasos
congelados de la estatuaria,
Los caballos de bronce y los
poetas de mármol,
Las mutiladas Venus que
desconocen el desperezo o el abrazo.
Una tertulia de sombras
bebía el vino del destierro.
En ella estaban el que cerró
la puerta,
El que fue mala noticia en
una edición de tarde,
El que jamás juró ser novio
de la muerte.
A nosotros nos tocó aprender
a nadar en un naufragio.
Para
Iván Darío y Leopoldo
Juan Manuel Roca. Biblia de pobres («Biblia Pauperum»).
Visor, 2009.
Imagen: Antonio Seguí. Distancia de la mirada.
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