HABÍA «MUERTO» ANTES CUATRO VECES
MATA A SU MARIDO
–ENFERMO DE CATALEPSIA–
A HACHAZOS
Lima, 29.-Harta de ver a
su marido resucitar constantemente,
Concepción Oconto, una
india de los alrededores de El Cuzco, lo ha
matado a hachazos. Había
recibido la «aprobación de un consejo de
familia». El marido
sufría catalepsia y había «muerto» cuatro veces
y resucitado otras
tantas. Cada vez que esto sucedía, la familia pre-
paraba un entierro que
tenía que ser suspendido en el último momen-
to. Concepción,
convencida de que su esposo padecía de alguna mal-
dición, decidió
finalmente «ayudarlo a morir».
Alp-Efe. Diario Pueblo,
diciembre de 1964
Volvamos a la realidad.
JOSÉ HIERRO
Qué nombre el tuyo Concepción
Oconto.
Sonoro y misterioso, claro y
noble,
tan labial, tan esférico.
Qué nombre.
Pudiera haberlo usado una
cantante extraordinaria,
lanzarse desde él al «Himno
a la alegría» de Beethoven,
cantando. Pudiera haberlo
usado
algún líder de la justicia,
de esos que entre pocas palabras
vierten un caudaloso
borbotón de conducta.
Volvamos a la realidad.
No fuiste un líder, no
fuiste una artista.
Fuiste tan sólo una mujer se
supone que pobre,
ignorante, supersticiosa.
Enlodada en espanto
y habitando a varios siglos
de distancia
del nacimiento de la ciencia
y del año en decurso.
Fuiste una desplazada de la
historia,
una india retenida en el
pozo de su atavismo,
cuando la horda lloraba de
miedo a la puesta del sol.
Volvamos a la realidad. ¿A
quién tenemos que culpar
de ese hachazo famélico? «La
familia preparaba
un entierro que tenía que
ser suspendido…»
Sí, todo cuesta caro, sobre
todo a una india
«de los alrededores de El
Cuzco». ¿Cómo era tu vivienda?
¿chabola? ¿cueva? No hagamos
especulaciones,
volvamos a la realidad.
Volvamos a la realidad:
imaginad
ese consejo de familia
deliberando, exorcizando
(¿sentados en sillas? ¿en
piedras?)
decidiendo –entre miradas
temerosas
a un pobre cataléptico– el
cercén, la sangría,
y que los dioses nos liberen
de este excesivo, sordo horror,
y liberen también el alma
del cadáver descuartizado.
Cuzqueña, Concepción Oconto:
y luego te detienen,
te juzgan, te condenan
(«¿qué ocurre?»).
Te encierran en una prisión
sin que comprendas nada.
Y sigue la civilización su
curso. Se explotan los inventos
como canteras de metales
preciosos, entre avaricia legendaria
y laboriosos, escondidos
crímenes.
Mientras, los rotativos
circundan las naciones
depositando en una
gacetilla, al descuido, de modo
somero, negligente, un
acontecimiento
trivial, que alguna vez, en
el principio de los siglos
y en la era atómica, salpicó
el edificio
del avance del mundo y del
hombre. Volvamos,
volvamos a la realidad:
se supone que ella (¿qué
edad tendrá?) se encuentra
en una cárcel, masticando en
silencio
los alimentos presidiarios,
meditando en lo oscuro sobre
todo esto que le hacen,
incomprensiblemente; acaso
hablando, suplicando a sus dioses
y viendo en sueños la cabeza
cercenada de su marido.
No fuiste un líder,
Concepción Oconto,
no lo fuiste, cuzqueña, no
lo fuiste.
Félix Grande. Blanco Spirituals, 1967. En Blanco Spirituals / Las rubáiyátas de
Horacio Martín. Cátedra, 1998.
Imagen: Martín Chambi. Campesinos indígenas en el juzgado,
Cuzco, 1929.

Una desplazada de la historia y de la memoria. Solo grandes poetas se han ocupado de ella. Busco su historia, no poetizada, no la hallo. Gracias. Oconto ya existe para mí.
ResponderEliminarLa poesía también es documento para la Historia. Gracias a ti. Salud!
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