lunes, 16 de marzo de 2020

CONCEPCIÓN OCONTO


                                                             HABÍA «MUERTO» ANTES CUATRO VECES   
MATA A SU MARIDO –ENFERMO DE CATALEPSIA–
A HACHAZOS

Lima, 29.-Harta de ver a su marido resucitar constantemente,
Concepción Oconto, una india de los alrededores de El Cuzco, lo ha
matado a hachazos. Había recibido la «aprobación de un consejo de
familia». El marido sufría catalepsia y había «muerto» cuatro veces
y resucitado otras tantas. Cada vez que esto sucedía, la familia pre-
paraba un entierro que tenía que ser suspendido en el último momen-
to. Concepción, convencida de que su esposo padecía de alguna mal-
dición, decidió finalmente «ayudarlo a morir».

Alp-Efe. Diario Pueblo, diciembre de 1964



Volvamos a la realidad.

JOSÉ HIERRO



Qué nombre el tuyo Concepción Oconto.

Sonoro y misterioso, claro y noble,

tan labial, tan esférico. Qué nombre.

Pudiera haberlo usado una cantante extraordinaria,

lanzarse desde él al «Himno a la alegría» de Beethoven,

cantando. Pudiera haberlo usado

algún líder de la justicia, de esos que entre pocas palabras

vierten un caudaloso borbotón de conducta.


Volvamos a la realidad.

No fuiste un líder, no fuiste una artista.

Fuiste tan sólo una mujer se supone que pobre,

ignorante, supersticiosa. Enlodada en espanto

y habitando a varios siglos de distancia

del nacimiento de la ciencia y del año en decurso.

Fuiste una desplazada de la historia,

una india retenida en el pozo de su atavismo,

cuando la horda lloraba de miedo a la puesta del sol.

Volvamos a la realidad. ¿A quién tenemos que culpar

de ese hachazo famélico? «La familia preparaba

un entierro que tenía que ser suspendido…»

Sí, todo cuesta caro, sobre todo a una india

«de los alrededores de El Cuzco». ¿Cómo era tu vivienda?

¿chabola? ¿cueva? No hagamos especulaciones,

volvamos a la realidad.


Volvamos a la realidad: imaginad

ese consejo de familia deliberando, exorcizando

(¿sentados en sillas? ¿en piedras?)

decidiendo –entre miradas temerosas

a un pobre cataléptico– el cercén, la sangría,

y que los dioses nos liberen de este excesivo, sordo horror,

y liberen también el alma del cadáver descuartizado.


Cuzqueña, Concepción Oconto: y luego te detienen,

te juzgan, te condenan («¿qué ocurre?»).

Te encierran en una prisión sin que comprendas nada.

Y sigue la civilización su curso. Se explotan los inventos

como canteras de metales preciosos, entre avaricia legendaria

y laboriosos, escondidos crímenes.

Mientras, los rotativos circundan las naciones

depositando en una gacetilla, al descuido, de modo

somero, negligente, un acontecimiento

trivial, que alguna vez, en el principio de los siglos

y en la era atómica, salpicó el edificio

del avance del mundo y del hombre. Volvamos,

volvamos a la realidad:

se supone que ella (¿qué edad tendrá?) se encuentra

en una cárcel, masticando en silencio

los alimentos presidiarios,

meditando en lo oscuro sobre todo esto que le hacen,

incomprensiblemente; acaso hablando, suplicando a sus dioses

y viendo en sueños la cabeza cercenada de su marido.


No fuiste un líder, Concepción Oconto,

no lo fuiste, cuzqueña, no lo fuiste.




Félix Grande. Blanco Spirituals, 1967. En Blanco Spirituals / Las rubáiyátas de Horacio Martín. Cátedra, 1998.

Imagen: Martín Chambi. Campesinos indígenas en el juzgado, Cuzco, 1929.

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