Rumata recorrió la mitad del
camino hasta su casa con los ojos cerrados. Le dolía horriblemente el magullado
cuerpo, y no podía respirar bien. ¿Son acaso realmente hombres esos seres?, iba
pensando. ¿Hay en ellos algo de humano? Mientras matan a unos en plena calle,
otros permanecen escondidos en sus casas, esperando sumisamente a que llegue su
turno. Y cada uno piensa: «que cojan a quien quieran, pero que no me toquen a
mí». Los unos matan a sangre fría, y los otros tienen la sangre fría de esperar
a que los maten. Esta sangre fría es lo más horrible. Hay diez personas,
muertas de miedo, esperando dócilmente, y una sola que se acerca a ellas, elige
su víctima, y la mata a sangre fría frente a las demás. Tienen el alma
empañada, y cada hora de dócil espera se la ensucia mucho más. En este mismo
momento, dentro de estas casas que parecen muertas, están naciendo canallas,
delatores, criminales… porque millares de personas acobardadas para toda su
vida están enseñando implacablemente a sus hijos a ser cobardes, y éstos harán
lo mismo con los suyos, y así sucesivamente. No puedo más. Un poco más de esto,
y me volveré loco o me convertiré en uno como ellos. Un poco más, y dejaré de
comprender cuál es mi misión aquí. Tengo que descansar… tengo que volverle la
espalda a todo esto, tengo que tranquilizarme.
Arkadi y Boris Strugatski. Qué difícil ser dios, 1964. Círculo de
lectores, 1975. Traducción: A. Molina García y Domingo Santos.
Imagen: David Wojnarowicz. Democracy, 1990.
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