El oficio ha cambiado. Antes
se los amortajaba e iban a la tumba completamente vestidos, con toda su ropa
interior, incluidas las medias y, por supuesto, con el mejor traje que tenían.
Hoy sólo llevan el sudario, una sábana blanca. Hace años, yo me encargué una
temporada de dar clase a los empleados novatos para que aprendieran a vestir
convenientemente a los muertos. Aquí había ropa femenina y masculina de todo
tipo. Se trataba de ponérsela con la mayor facilidad posible, sin contorsionar
al muerto. Era un arte, y lo hacíamos bien. No crea que es un asunto fácil
vestir un cadáver rígido.
Los muertos que se entierran
en profundidad se mantienen más tiempo «enteros» que los que quedan a poca
distancia de la superficie. Siempre son los ojos lo primero en desaparecer.
Luego lo sigue el resto de la cara.
(Declarado
a
El País por Julián Parra, director
técnico de una funeraria de Madrid)
Esteban Peicovich. Poemas plagiados. Bajo la luna, 2008.
Imagen: Lutz Friedel. Der Tod und der Bestatter, 2011.
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