A bocados, la muerte nos
susurra al oído.
En el sueño interrumpido
por la ola de calor y los
ruidos de la calle.
En la agitación
o el pálpito
de la inquietud que provoca
la lejanía del instinto.
En la incomprensión,
la rabia y la frustración
de las primeras noticias.
A bocados, arrancamos trozos
a la vida.
En las miradas cómplices
o el infraleve pulso al
apretar,
algo más fuerte que lo
normal,
tu mano con la mía.
En la voz al otro lado
del auricular del teléfono,
a pesar de las interferencias.
A bocados, la muerte
se empeña en estar presente.
En el bullicio sollozante de
la sala de espera.
En el silencio de los
rostros cansados.
En las tribulaciones
internas
de quienes mastican
despacio,
y hacia dentro,
sus vaticinios personales.
En las mentiras piadosas.
La rabia, los colmillos,
las fauces con ansia de
vida.
La serenidad,
la huella tranquila
de la asunción de lo
inesperado.
El desconsuelo,
que siempre será
desconsuelo.
Las letras, los códigos
binarios, los planes de futuro.
Los compromisos, el éxito,
los sueños,
capa a capa,
arrojados al suelo,
como el camisón.
Revueltos,
y en la noche,
henchidos de pasión y
esencia,
arrancándonos la muerte.
Aquí y ahora. A bocados.
Elena Pedrosa. En Voces del Extremo. Poesía y alegría. La Vorágine,
2022.
Imagen: Daidō Moriyama