Las gaviotas se esconden en el bosque,
los abetos susurran como el río
que arrastra la amargura, la desdicha
del hombre que amanece con insomnio,
con su aliento quebrado, con la ira
que florece en las noches del silencio
cuando el alma atraviesa el enrejado,
la bruma, el mundo muerto de las calles.
Yo soy ese hombre, un hombre de derrotas
que vomita las penas , surco el viento
de las paredes grises que me encierran.
Vacío, soledad, no escucho nanas
para dormir ni llantos de una madre
con pechos cercenados por la ausencia
del hijo; solo un réquiem me acompaña,
me flagela esta mente de fracasos.
Un réquiem, coros góticos, lamentos
de funerales, tristes ceremonias
bajo lunas de sangre, bajo cruces
que perforan la mente, las entrañas
del muerto en vida supurando estiércol
con oscuras resacas de amargura,
con pegasos que invaden las arterias.
Mastico la derrota, la agonía,
mientras los cuervos nacen en mi pecho
y las gaviotas surcan el crepúsculo
buscando los abetos en la niebla,
la niebla que me envuelve, que me atrapa
con el odio del número tatuado,
con la ira que nace cada noche
cuando maldigo al cielo, a la existencia
de estos huesos que sufren la condena
con un traje de franjas negro y muerte.
Adrián Pérez Castillo. En Hay caminos. VV. AA. Antología-Homenaje a José Hierro. Ediciones del 4 de agosto, 2012.
Imagen: Hengki Koentjoro
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