martes, 2 de abril de 2024

POEMA TRISTE DE MADRUGADA


 

Las gaviotas se esconden en el bosque,

los abetos susurran como el río

que arrastra la amargura, la desdicha

del hombre que amanece con insomnio,

con su aliento quebrado, con la ira

que florece en las noches del silencio

cuando el alma atraviesa el enrejado,

la bruma, el mundo muerto de las calles.

Yo soy ese hombre, un hombre de derrotas

que vomita las penas , surco el viento

de las paredes grises que me encierran.

Vacío, soledad, no escucho nanas

para dormir ni llantos de una madre

con pechos cercenados por la ausencia

del hijo; solo un réquiem me acompaña,

me flagela esta mente de fracasos.

Un réquiem, coros góticos, lamentos

de funerales, tristes ceremonias

bajo lunas de sangre, bajo cruces

que perforan la mente, las entrañas

del muerto en vida supurando estiércol

con oscuras resacas de amargura,

con pegasos que invaden las arterias.

Mastico la derrota, la agonía,

mientras los cuervos nacen en mi pecho

y las gaviotas surcan el crepúsculo

buscando los abetos en la niebla,

la niebla que me envuelve, que me atrapa

con el odio del número tatuado,

con la ira que nace cada noche

cuando maldigo al cielo, a la existencia

de estos huesos que sufren la condena

con un traje de franjas negro y muerte.

 

 

Adrián Pérez Castillo. En Hay caminos. VV. AA. Antología-Homenaje a José Hierro. Ediciones del 4 de agosto, 2012.

Imagen: Hengki Koentjoro

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