jueves, 21 de mayo de 2015

El cuervo y la zorra olvidaron a Esopo



Esta vez lo que el viejo cuervo traía en su pico era un simulacro de queso. El mundo había cambiado, se había hecho mucho más grande, o, quizás, un poco más pequeño. Quién podía asegurarlo. Había toda una naturaleza artificial superpuesta a la naturaleza primera y las cosas ya no eran las cosas, ni sus nombres sus nombres. Y nadie se movía.

Cuando el cuervo se posó en el poste del tendido eléctrico, la zorra ya hacía un tiempo que lo estaba esperando.

            Como un viejo actor que toda su vida ha representado el mismo papel y declama su parlamento con la cabeza puesta en otra cosa, la zorra volvió a repetir los mismos halagos, idénticas adulaciones, el perdurable rosario de sus cansadas mentiras. Desplegaba sin verdaderos deseos de triunfar los artificios de una retórica ya agotada. Por el este una especie de nube amenazaba una lluvia postiza que volvería a caer sobre mojado.

            El cuervo, aunque no recordaba ya cuándo había dejado de creer en las palabras de la zorra y en todas las moralejas de cuentos y fábulas, volvió a interpretar su papel en el rito. Ahuecando sus astrosas plumas, lanzó los dos convencionales graznidos y dejó caer otra vez el simulacro de queso.

            Luego, como hacía siempre en los últimos años, la zorra esperó al cuervo junto a la fábrica abandonada. Y, antes que llegara la lluvia verdosa, compartieron aquella miseria mientras maldecían sin más los tiempos fingidos en que les había tocado sobrevivir.

Conrado Santamaría

Imagen: Zdzisław Beksiński, 1979.

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