martes, 25 de febrero de 2020

CONFESIÓN


Aquella chusma en las calles de París fue un desafío terrible. Nos costó mucha sangre. Afortunadamente, todo volvió a su cauce. Con algunas cesiones enojosas, eso sí. Hubo un papel, Los derechos del hombre lo llamaron, que era muy mal presagio. Beethoven puso música a aquellas esperanzas.

            El siglo XIX fue muy satisfactorio. La industrialización aumentó las ganancias. Además, teníamos a Maistre y a Coleridge, y llevamos a Hegel a Berlín. Los artistas soñaban. ¡Qué bellamente lo hicieron! Con orgullo debo decir que a Chopin lo dimos a conocer en uno de mis salones. Era el Romanticismo. Los poetas sufrían por amadas lejanas y patrias inventadas, las muchedumbres morían en todo el mundo en nombre del progreso, y nosotros engordábamos.

            Pero no es posible controlarlo todo. Algunos escritores dibujaban la triste realidad. Hubo revueltas, y mano dura con ellas. En el 48, en París, el ruido de los fusilamientos molestaba a los buenos burgueses y acabamos con los sediciosos a la bayoneta. Aquella sangre tiñó banderas que empezaron a agitarse por todas partes. Tipos como Marx y Bakunin organizaban a las masas.

            Comenzó el siglo XX con una escaramuza en nuestro bando. Los muertos los pusieron los de siempre. Alrededor de Verdún, los obuses removían tierra y restos humanos día y noche en una inmensa llanura calcinada. Para nosotros fue sólo una partida de ajedrez con una consecuencia funesta. A resultas de aquello, la chusma se apoderó de Rusia. Millones de hombres escaparon de la servidumbre y trataron de construir una sociedad sin amos.

            Así nació un mundo bipolar. Los rusos y nosotros. Los rusos cometieron demasiados errores. Stalin fue el principal. En vez de crear al hombre nuevo que podía haber cambiado el mundo, crearon burocracia. Después, la burocracia se transformó en mafia, y los nietos de aquellos hombres volvieron a la servidumbre.

            Nosotros fuimos más listos. Ganamos la batalla de la propaganda. Convencimos a casi todos de que su vasallaje y su impotencia tenían un hermoso nombre: “libertad”. Un jefe soviético lo reconocía abrumado: “nosotros tenemos que arrancarles las uñas para que sean así de dóciles”.

¿Cómo se consigue eso? No es demasiado difícil si uno tiene los medios, si estos rigurosamente dibujan nuestra imagen del mundo, ese lugar festivo donde se celebran olimpiadas y campeonatos de fútbol.

¿Y los intelectuales? No son peligrosos si puedes encumbrarlos a tu gusto. Al final los mejores serán tipos condescendientes, gente de orden con la cabeza en su sitio, y que sabe que nos lo debe todo. Hasta podemos permitirnos algún discrepante (a ser posible algo corto de luces). Es tan hermosa la libertad.

Y así estamos hoy instalados en el pensamiento único, en la ausencia de pensamiento, con prestigiosa literatura aburrida que congrega a las masas alrededor de la caja loca, el redil electrónico para el control absoluto y universal de la conciencia. No te habías dado cuenta, pequeño idiota, tus sueños los decidimos nosotros.

Sin embargo, es cierto que a veces la tecnología nos juega malas pasadas. Internet significa comunicación libre, rápida y eficaz, una promiscuidad que estimula la selección natural de las ideas. Cualquier información puede alcanzar todo el planeta en un segundo. Nuestros filtros se quedan obsoletos; habrá que pensar algo.




Jesús Aller. Recuerda. Libros del pexe, 2004.

Imagen: Pawel Kuczynski

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