“He visto los mejores
cerebros de mi generación
destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos”
Allen Ginsberg
Yo he visto
a los mejores poetas de mi
generación
desterrados, desheredados,
ocultos en el fondo de los
bares,
y he visto sus miradas
como versos trepidantes
cabalgar hacia el final de
la noche,
y he visto su ternura
descuartizada
por la abundancia de quienes
les temen
y en su miedo los hacen
grandes.
He visto en la bondad de sus
gestos
la rebeldía del mundo
que no necesita orden ni ley
para ser justo,
la testaruda razón de
quienes a la vida responden
con la vida misma.
Yo he visto
una canción que no tenía
letra ni remite,
y ellos la entendieron.
Les he visto levantarse
contra los versos exquisitos
y subalternos,
les he visto encadenarse a
las excavadoras
para frenar la destrucción
de la tierra,
de su conciencia,
y nadie los invitó a los
palacios de Doñana
y mucho menos a editar
poemas
bajo el sello hipócrita
de quienes lavándose la cara
ensucian el mundo.
He visto cómo se engañaban
para seguir
perdiendo en un círculo de
ganadores,
como alacranes en mitad de
un fuego
que desintegra y reduce
la inteligencia y el miedo.
Y por todo ello han sido
procesados,
sentenciados, condenados,
abocados a la indigencia
laboral
y clandestinidad de la
palabra.
Yo he visto
los mejores poetas de mi
generación
romper los versos a
conciencia,
“porque
bien ya otros lo hacen
y
no ha sucedido nada” (Eladio Orta).
En su profunda voluntad de
cambio,
en sus humanas contradicciones,
en su maldita y genial
resistencia
frente al pensamiento único,
he visto a los poetas de mi
generación perder
sus mejores oportunidades,
y no ha pasado nada,
pues nada hay más digno
que ser consecuente y
efímero
en todo momento y verso.
Sólo la vocación devuelve
el género a su origen,
esa maldita poesía que nos
hace libres
frente a la tradición.
Uberto Stabile. Empire Eleison. Pr. Ed. Crecida, 2000.
Garvm, 2019.
Imagen: John James Audubon. The Birds of America, 1827-1838.