sábado, 19 de junio de 2021

MEGALÓPOLIS


 

Un helicóptero

una batidora

una nevera

jeringuillas desechables

peluquines

uñas postizas

latas de Pilsener

alka-seltzer

muñecas hinchables

Cómo superar el complejo de inferioridad

comida macrobiótica

heavy metal

barras de labios

el riñón de una mujer en paro

leche en polvo

abedules de plástico

cigarrillos importados

y una leyenda medio borrosa en una esquina:

Me mataré si no vienes.

 

 

Cristina Peri Rossi. Inmovilidad de los barcos, 1997. En La barca del tiempo. Antología poética. Visor, 2016.

Imagen: Andréi Shatilov

7 comentarios:

  1. Qué mundo éste, que para vivir hay que suicidarse.

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    1. Tremenda frase. Debería encabezar todos los contratos de trabajo.

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    2. El mundo de las mercancías, del espectáculo, que todo lo invierte y aniquila. Salud!

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  2. Seguro que la frase viene en la letra pequeña, pero no la leemos. Salud, Loam!

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  3. Loam, Conrado, por si no conecéis el texto, aquí os dejo una bella (e irónica) imaginación de familia humana del Thoreau de “Caminar”:

    “La otra tarde fui a dar un paseo por la finca Spaulding. Vi el sol crepuscular iluminando un majestuoso bosque de pinos sobre el lado opuesto. Los rayos dorados se filtraban por los pasillos que dejaban los árboles, como si fuera una mansión señorial. Me impresionó como si se tratara de una antigua familia, admirable y espléndida, que se hubiese instalado sin que yo lo supiera en esa parte de la tierra que llamamos Concord y tuviera al sol como criado; una familia que no frecuentaba la vida social del pueblo y a la que no se iba a visitar. Divisé su parque, el campo de recreo, al otro lado del bosque, en el prado de arándanos de Spaulding. Los pinos, a medida que crecían, les proporcionaban los gabletes. La casa no se veía a simple vista; los árboles crecían a través de ella. No sé si escuché el ruido de unas risas ahogadas o no. Parecían descansar sobre los rayos del sol. Tienen hijos e hijas. Están perfectamente bien. La huella de la carreta del granjero, que cruza completamente la mansión, no los molesta en lo más mínimo, como tampoco el fondo enfangado de un charco con el reflejo del cielo que se ve a veces. Nunca han oído hablar de Spaul- ding, y no saben que es vecino suyo, a pesar de que yo lo he oído silbar mientras atravesaba la casa con su yunta. No hay nada que iguale la serenidad de sus vidas. Su escudo de armas es un sencillo liquen. Lo vi pintado en los pinos y los robles. Las buhardillas estaban en la copa de los árboles. No hacían política. No había ruido de trabajo. No parecía que tejieran ni hilasen.
    Sin embargo, lo que sí detecté cuando el viento se calmó y se acallaron los ruidos, fue el susurro musical más suave y bonito que pueda imaginarse, como el zumbido distante de una colmena en mayo... Quizá fuera el murmullo de sus pensamientos. No tenían pensamientos ociosos, y nadie de fuera podía ver su trabajo, pues su laboriosidad no estaba encerrada como en nudos y excrecencias.“

    Salud!

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    1. Gracias, LaNanaFea, por el texto de Thoreau, un retrato de la vida auténtica, no mediatizada por el dinero. Ante el colapso que se nos avecina habrá que ir pensando en encontrar sitios así. Salud!

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