Poco le quedaría al corazón si le quitáramos su pobre
noche manual en la que juega a tener casa,
comida, agua caliente,
y cine los domingos.
Hay que dejarle la huertita donde cultiva las legumbres;
ya le quitamos los ángeles, esas pinturas doradas,
y la mayoría de los libros que le gustaron,
y la satisfacción de las creencias.
Le cortamos el pelo del llanto,
las uñas del banquete, las pestañas del sueño,
lo hicimos duro, bien criollo,
y no lo comerá ni el gato
ni vendrán a buscarlo entre oraciones
las señoritas de la Acción Católica.
Así es nomás: sus duelos
no se despiden por tarjeta,
lo hicimos a imagen de su día y él lo sabe.
Todo está bien, pero dejarle un poco
de eso que sobra cuando nos atamos
los zapatos lustrados de cada día;
una placita con estrellas, lápices de colores,
y ese gusto en bajarse a contemplar un sapo o un pastito
por nada, por el gusto,
a la hora exacta en que Hiroshima
o el gobierno de Bonn o la ofensiva
Viet Mihn Viet Nam.
Julio Cortázar. Salvo el crepúsculo, 1984. En Algunos pameos y otros prosemas. Plaza & Janés, 1998.
Imagen: Arturo Rivera
Cosamos a ese corazón paupérrimo el “extraño inapropiable” (Lévinas).
ResponderEliminarSalud!
Cosámoslo con el hilo hechizado del desprendimiento. Salud!
EliminarBello y valioso verso/pensamiento. Gracias, Conrado.
ResponderEliminarA ti, LaNanaFea, por tus comentarios. Salud!
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