Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer
amar, de grado o de fuerza,
al que me odia, al que rasga
su papel, al muchachito,
al que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo
del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al
que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto,
acomodarle
al que me habla, su trenza;
sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza,
al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede
llorar
y, cuando estoy triste o me
duele la dicha,
remendar a los niños y a los
genios.
Quiero ayudar al bueno a ser
un poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y
responder al mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo y también
quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al
tuerto próximo.
¡Ah, querer, éste, el mío,
éste el mundial,
interhumano y parroquial,
provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la
ingle pública,
y, viniendo de lejos, da
ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en
su sartén,
al sordo, en su rumor
craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé
en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin,
en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde
célebre de la violencia,
o lleno de pecho el corazón,
querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al
malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos
enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador –cosa
terrible–
y quisiera yo ser bueno
conmigo
en todo.
César Vallejo. Poemas humanos.
En César Vallejo para niños. Ediciones de la Torre, 1988.
Imagen: Marc Chagall. El
violinista, 1912-13.
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