En sucesivas oleadas de
tabaco
aquella mujer
[XVII / N] aquella
mujer pronunciaba
las palabras solamente inflamables
tras los accidentes de
tráfico y los desastres aéreos.
Desde los andamios semiintoxicados
en los pináculos de las iglesias, –ella clamaba
Desde las menos atestadas
correas de alimentación, –ella clamaba
Desde las plazas radiadas y
sus torres albinas
Desde los lavabos de la
muchedumbre, repleta de deudas
Clamaba
Desde las cabeceras de los
comedores clandestinos
Desde las inmediaciones de
los muros de contención (donde se arremolinan los curiosos y los hijos
errantes)
Clamaba
Desde las contiendas de los
analistas de datos
Desde las lenguas
extranjeras con que aún se hablan los lobos
Ella clamaba
Desde los desfiladeros que
cruzan las ciudades semihundidas
Desde cada pieza de arte
finalmente parasitaria
Desde la estribación del
portento que aparecía en el cielo
Por cada hombre baldío
Por cada mujer baldía, –ella
clamaba
Clamaba
Desde las estaciones de
tránsito que ocultan los helechos
Desde la media distancia que
nutre toda mano en las tramas del amor
Desde la vibración de los
pájaros tras su cuerpo rechazado
Clamaba
Desde los matrimonios entre
libros y ruecas
Desde las vigiladas
frecuencias múltiples de la Radio Aliche
Desde los osarios esculpidos
por las Guerras Térmicas
Ella clamaba
Desde las piras de grafeno
en la Espera del Ajuar
Desde las noches arrítmicas
concertadas con lúa
Clamaba
Desde las pirámides eléctricas
de Talía Silenciosa
Desde las tres lenguas de la
serpiente que bosteza en Nejustán
Por cada hombre baldío
Por cada mujer baldía, –ella
clamaba
Clamaba
Desde las raíces
menstruales, bajo los árboles-de-doce-frutos
Desde las gargantas de los
asesinados por las Policías Radiales
Ella clamaba
Desde el mismo ritual
supersticioso, el culto a la frigidez y al desgaste vacío
Desde los sepelios de los
abatidos por misiles de crucero
Clamaba
Desde el alma de las
ciudades, listas para la desolación y los termocamuflajes
Desde los pulsadores de las
autopistas antiguas y sus apoteosis de plástico, –ella clamaba
clamaba su ahoou desgastado
clamaba
por los hombres que acechan
y tosen,
para todos los que
escucharon y sintieron su frío
su ahoou comestible
para cualquier pobre
insolente,
para quienes aún se adentran
en ciudades tranquilas
y jamás las atraviesan a
salvo.
Enrique Falcón. Sílithus. La Oveja Roja, 2020.
Imagen: Arturo Rivera. Legataria, 1996.
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