Escribir acerca de Sílithus (La Oveja Roja, 2020), el último poema de Enrique Falcón (Valencia, 1968), supone a un mismo tiempo un acto de humildad, coraje y entusiasmo. Entusiasmo, porque quien lo comente habrá de explicitar las sensaciones, reflexiones y emociones extraordinarias que su lectura le ha suscitado. Coraje, porque sabe que se va a enfrentar a un texto complejo de casi 4000 versos para cuya composición el autor ha dedicado siete años de creación e investigación no solo acerca de gran parte de la mitología universal, sino también de textos científicos sobre biología, tecnología, clima y recursos energéticos, además de informes oficiales y no oficiales sobre política, guerra, pobreza, desigualdad o derechos humanos. Humildad, finalmente, porque siente que sus conocimientos y sus recursos son limitados para un estudio que ciertamente necesitaría de una mayor preparación y unos conocimientos más amplios y profundos.
Los primeros interrogantes que surgen al analizar la obra es ya su propio título, Sílithus, y las realidades posibles que este nombre singular entraña. Sílithus es el poema cincelado, y más o menos bien conservado, en protistas radiolarios de sílice, es también el nombre de una ciudad y una civilización futuras marcadas por la desigualdad, el control, la explotación y la represión de la mayoría de la población mediante los medios biotecnológicos más avanzados, es además el apocalipsis de esa civilización tras un colapso energético y climático y, por último, es la rebelión liberadora de los de abajo y la instauración de un nuevo paraíso y una nueva Edad de Oro en la tierra.
Por si esto fuera poco, Sílithus es, ciertamente, algo más. Como el propio Enrique Falcón ha manifestado en entrevistas y declaraciones que ha hecho tras la publicación del libro y como los propios versos del poema proclaman en varios pasajes de la obra, Sílithus es una propuesta, una advertencia y una revelación, esto último, “revelación”, no es otra cosa que lo que la palabra “apocalipsis” significa en griego. Qué nos propone Sílithus nos lo dice Falcón en la entrevista que concedió al periòdic.com: “Sílithus propone que es posible despertarse de ese sueño palindrómico, de ese fracaso de civilización que cada día constatamos…”[1] El aviso o advertencia lo encontramos no pocas veces a lo largo del poema: “Y con callado asombro algunas Hermanas Mayores comenzaron a escribir –en las ramas de sílice de plancton radiolario– poemas, series codificadas, líneas de mensaje que pudieran dar aviso a nuestros muertos…”[2] Y también: los versos “hablan / a un hermano que ya se hubiese perdido”[3]. Fracaso de civilización, sueño palindrómico, aviso a nuestros muertos y ese hermano perdido son expresiones que nos irán saliendo a lo largo de este análisis y cuyo sentido pronto se aclarará.
Y por lo que respecta a la revelación o apocalipsis conviene tener en cuenta la aclaración que el autor hace en la misma entrevista arriba referida: “…muchas personas creen que los apocalipsis son relatos tremendistas sobre la Caída del Mundo, y no es cierto. En su segunda parte, los apocalipsis relatan algo mucho más importante (pienso en Enoc, pienso en Juan de Patmos, pienso en Gudea de Lagash, y Sílithus también lo hace): que lo que cae no es El mundo, sino el poder de Un mundo, el que rige este mundo. Y que lo que surgirá de ahí es, sin ese poder ya de por medio, una vida más plena y más digna para una tierra hermosa decididamente más justa. Creo firmemente (esperanzadamente, sobre-esperanzadamente) en la inevitabilidad de esas dos mitades. De las dos.”[4] Es decir, todo apocalipsis está compuesto de dos partes, la primera en la que se nos narra la caída del “poder de Un mundo” y la segunda en la que se nos describe el advenimiento de una sociedad en la que se da “una vida más plena y más digna”. El poema de Falcón se va a enmarcar dentro de las tradiciones de esta literatura apocalíptica, pero el poeta, sin embargo, no se limitará, como ocurre en la mayoría de las ficciones actuales de este tipo, a regodearse simplemente en la destrucción y el horror, en el tremendismo “espectacular”, sino que propondrá un nuevo modelo de convivencia basado en otros valores y fines muy distintos de los que desaparecieron.
Pero antes de abordar los entresijos del poema, su estructura, la perspectiva de las voces que lo pueblan, su significación y su sentido, conviene detenerse en uno de sus aspectos importantes: el tiempo en Sílithus, importante por sí mismo y porque puede dar luz sobre los puntos señalados anteriormente. Dado que el poema narra, desde una época futura, un colapso y un apocalipsis también futuros, la cuestión del tiempo y de la problemática que implica no le ha pasado desapercibida a Enrique Falcón y lo intenta aclarar en la parte final del libro Fuentes de imagen, en una nota titulada Los mitos del pasado son los mitos del futuro.[5]
En un futuro muy próximo, pautado por una serie casi ininterrumpida de crisis y colapsos (de hecho, no se diferencia mucho del tiempo actual en que estamos viviendo hoy en día con sus crisis energéticas, climáticas, laborales, humanitarias y de derechos civiles, incluida la crisis de la pandemia del COVID-19 durante la que se ha editado el poema de Falcón), y tras un gran y definitivo colapso climático y energético del que apenas se da cuenta en la narración, se instaura un período tiránico y distópico denominado de “los Arcontes”, marcado por una fuerte desigualdad social y económica y en el que una minoría privilegiada, con los adelantos técnicos y científicos más avanzados, controla, explota, oprime y reprime a la mayoría de la población. Durante este período de las Arcontes, se produce en Silithus la revolución de la noche 9-13-b que pone fin a la distopía e inaugura una nueva época. Es justo en este tiempo cuando aparecen “los primeros escritos radiolarios” que precisamente narran todos los acontecimientos anteriores y que constituyen Sílithus.
En este poema apocalíptico, el autor utiliza la vieja convención literaria del manuscrito encontrado, pero a la que le da, sin embargo, una vuelta de tuerca bastante original. El poeta Enrique Falcón, que vive en el tiempo presente, encuentra y transcribe el poema Sílithus, que ha sido cincelado en el futuro sobre unos protistas radiolarios (organismos que se encuentran en el plancton marino) para dar cuenta de unos hechos que puedan servir de advertencia y esperanza a las generaciones pasadas, entre ellas los hombres y mujeres contemporáneos del propio poeta. Esta perspectiva temporal, a la que el autor gusta de llamar “palindrómica” y que, en principio, podría resultar extraña al lector, al romper la sucesión lineal del tiempo tenida como habitual, entronca, por un lado, con la tradición del poeta-profeta que, gracias a la fuerza visionaria de su imaginación es capaz de ver con toda claridad y luego cantar unos hechos que todavía no han ocurrido y, por otro lado, con concepciones filosóficas de pueblos como las de los incas, a las que Falcón hace referencia también en una nota, al final del libro, titulada Las Conversaciones de los Tres Tiempos: «Para ellos todo el tiempo está unido: el presente, el futuro y el pasado existen a la vez, discurren siempre en paralelo, y es posible desplazarse entre los diferentes tiempos y aprovechar las ideas que los tres pueden ofrecer.» (Jago Cooper: Los incas, señores de las nubes, BBC Four, 2015).[6] Es este juego de desplazamiento temporal del poeta en Sílithus uno de los ejes centrales del poema.
Esta óptica palindrómica del tiempo se va a corresponder también, como veremos, con la estructura interna del poema. La estructura externa, por su parte, está dividida en tres libros (más un apartado final titulado Fuentes de imagen, en el que Falcón aclara mediante comentarios y notas bibliográficas diferentes aspectos y citas de la obra y que amplía con Anotaciones completas de Sílithus disponibles en la red, en el blog específico que Enrique Falcón ha creado para el seguimiento de su libro[7]): Libro de los vigilantes, Libro de las parábolas y Libro de las luminarias. Sigue, como explica el poeta en las Anotaciones completas a Sílithus[8], “la división que Robert Henry Charles estableció en 1913 para las cinco partes del Libro de Enoc, apocalipsis intertestamentario de los siglos III-I a.C.” Y son exactamente los mismos títulos del Libro de Enoc. En Sílithus faltan las dos últimas secciones de este apocalipsis bíblico del profeta, Libro de los sueños y Libro de las semanas, aunque ya se mencionan los contenidos del primero y del segundo hay recopilados en el Libro de las luminarias largos extractos. La ausencia de estos dos últimos libros en Sílithus se debe, según explica Falcón en Fuentes de la imagen, a que, a causa de las degradaciones del sílice debido a la progresiva acidificación de los mares, los versos “nos han llegado tan distorsionados que su restauración tardará aún años en ser completada.”[9] Lo que quizá puede significar que el poeta, como es habitual en sus obras anteriores, siga trabajando en Sílithus hasta completar el poema en posteriores ediciones.
Todo contenido busca su propia forma de expresarse, como dice la aceptada máxima poética de que fondo y forma son una única realidad indisociable. Así, a un contenido que en Sílithus nos habla sobre las perversas estructuras de poder y sobre la revolución, del apocalipsis y la conquista de una nueva Edad de Oro, que conjuga gran parte de la tradición mitológica y religiosa de la humanidad, desde Sumer, Egipto y Grecia hasta Japón y los incas, sin olvidar la tradición cristiana y musulmana, que se interroga sobre la función de la poesía y de la ciencia, que dialoga con el presente, el pasado y el futuro, le ha de corresponder una estructura interna intrincada, caleidoscópica, “palindrómica”, muy semejante a la propia estructura de los esqueletos de sílice de los protistas radiolarios donde el poema ha sido, será o está siendo cincelado. Muy parecida también, por poner solo un par de ejemplos, a La tierra baldía, de Eliot o a Zurita, de Raúl Zurita, dos poemas que, como Sílithus, describen a su manera otras formas de apocalipsis.
Mediante un extraordinario y admirable despliegue de recursos técnicos y estilísticos, Enrique Falcón construye un mosaico preciso, bien ordenado en su aparente abigarramiento, un “sueño palindrómico” en que nada, ni una sola palabra es gratuita: versos que se repiten a manera de mantra a lo largo del poema y que pautan su circularidad y simetría “Ay de las épocas en que sus poetas / solo pueden escribir apocalipsis”, “Tiempo de cólera y tiempo de misericordia”, “Que desciendan, que miren, que recuerden”; diferentes ritmos de versificación, desde el largo versículo bíblico al verso corto, rápido y fracturado, paralelismos y variaciones sobre una misma idea o emoción a la manera de movimientos de una sinfonía musical, reiteraciones anafóricas y salmodias “Y diga el colibrí / diga la brecha que divide el camino / diga la apertura de la boca en el tiempo del ba / diga…”; enumeraciones caóticas para representar la degradación incalculable de la naturaleza “crucifijos aeropurificadores piezas de escáner puntas de metal / posavasos paneles solares restos de mesas ralés de enfriamiento / condones regresivos esqueletos de niños esqueletos de ratón”; además de juegos con la tipografía, croquis y composiciones visuales. Destacan dos secuencias autónomas y unitarias de poemas, la primera, Lo que cantábamos, en el Libro de las parábolas, y la segunda, una serie de siete composiciones que cierran el Libro de los vigilantes, construida sobre el esquema del sacrificio ritual, preparación, acto indecible y restitución[10] y en la que, con hechos concretos como las torturas en Guantánamo y Abu Ghraib, la operación Sangaris en la República Centroafricana, los niños soldados, bombardeos de escuelas, se denuncian las perversiones de la lógica del “sacrificio”, crímenes en nombre del progreso, de la democracia formal y el libre mercado: mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, como dijo Sánchez Ferlosio.
Todo este inconmensurable “paisaje apocalíptico” (también hay referencias en Sílithus a Ludwig Meidner, el artista expresionista que pintó el apocalipsis de la primera guerra mundial) está cantado con “la voz de clase que parece regir todo el poema”[11], la voz de “un pueblo confundido” en “una tierra herida”. Es la voz de lo pequeño, de la naturaleza, de la vida, de las existencias explotadas, perseguidas y oprimidas por la clase de los “arcontes”. Y es significativo que, por su parte, esta voz de los arcontes esté distinguida a lo largo del poema con “las señalizaciones de ruido blanco”, el ruido que sirve para desorientar y mantener el secreto de lo que no se quiere que se sea escuchado. Los “arcontes” son “los amos de la despensa” que “mastican hombres” y “venden pieles humanas”, la minoría privilegiada que se rige por la lógica de la razón instrumental y se sirve de lo otro, sean personas, animales o la propia naturaleza, como simples instrumentos para alcanzar sus fines. Se sirven del desarrollo biotecnológico para el control, el sometimiento y la represión de la mayoría, ese “pueblo confundido” que a veces de grado y a veces por fuerza asume las ideas y los valores de los “arcontes” y, cegado por el miedo o el consumismo, no quiere ver las migraciones forzadas o los campos de exterminio o la inmediatez del cambio climático; se sirven de la investigación y la ciencia para la sobreexplotación de los recursos naturales, el agotamiento energético, el exterminio de lo biodiversidad y hacer del mundo un “mbeubeuss” generalizado; se sirven de los medios de comunicación, de las escuelas, de la industria cultural para ejercer la violencia real y simbólica y construir su relato ideológico y secuestrar el verdadero sentido de las palabras y de las cosas: “esa forma suave del fascismo”[12], en que la gente es sacrificio y solo sacrificio.
Pero, pese a todo pronóstico, llega en Sílithus la hora del “ajuste de cuentas”, la noche de la “llamarada” y la revolución, la segunda parte que debe contener todo apocalipsis. Esta población, “alejada de todo centro que pudieran llamar vida, conciencia, decisión”[13], está cada vez menos adormecida y comienza a concienciarse, a instruirse y a organizarse en asambleas para la rebelión y el amor y la vida, a cantar “nuevos himnos”, porque querían tener “esa comprensión cariñosa del mundo”[14] Es importante señalar la importancia que da Falcón, en esta configuración y conquista de un nuevo Dilnum, el nombre del paraíso en la mitología sumeria, a las mujeres, a los niños, a los poetas y a la propia naturaleza, que se convierten en símbolos de la inocencia, el cuidado mutuo, la fuerza creadora, la vida y el amor frente a “una civilización de ingesta desecho y caza”[15]. No en vano dedica Sílithus a “las plantas, los insectos, las niñas y los pájaros”. Muchas de las imágenes que utiliza el poeta para la descripción de esta nueva Edad de Oro son una reelaboración de las imágenes de las tradiciones proféticas: “El esclavo y el amo pasearán juntos / los poderosos y los humildes / se han sentado los unos al lado de los otros / los huérfanos no sufren / la injusticia que bendice a los ricos.”[16]
Mención aparte merece también la reflexión acerca de la función de la poesía y del arte que hay dentro del poema. Frente a ciertos poetas “Hijos de los adiestrados, entonabais cantos absurdos / a diez metros de las salas de tortura / recibíais aplausos dos calles más arriba / de las zonas con planes de desahucio…”[17], que ejecutan un lirismo conformista y complaciente con el poder y lo real “lujo / innecesario que devoran los ricos”[18], se alza otro tipo de poetas que ponen en el centro de su preocupación estética “otro modo mucho más honesto / de entonar canciones para el día de cuentas”[19], poetas rebeldes, comprometidos con quienes sufren injusticia, poetas que, como el propio Falcón, sin eludir la reflexión y la búsqueda de un lenguaje y unas formas poéticas rupturistas y no adormecedoras (no se puede estar hablando la lengua del poder), defienden unos valores éticos de confrontación contra la iniquidad y el totalitarismo. A esta estirpe de “ortas, cañamares, riechmanns, orihuelas”[20] pertenecen las Hermanas Mayores, las autoras que tras la caída de los arcontes comenzaron a cincelar los primeros poemas que conforman Sílithus, esas “mujeres imposibles de domar” que creen, y lo transmiten a cualesquiera generaciones del presente, del pasado o del futuro, que el propio acto de escritura del poema es ya en sí un acto revolucionario.
Para terminar, hay que decir que Sílithus es un poema necesario, escrito en el futuro por un numen tutelar para avisarnos y guiarnos a los seres humanos que vivimos en la actualidad y estamos perdidos en un mundo herido de muerte, a dos días de la catástrofe casi inevitable. Es un poema que nos ayuda a reflexionar, a tomar conciencia y a organizarnos desde abajo para derribar el “patíbulo” que es nuestra forma de vida y transformar en un gran banquete convivencial donde por fin compartamos el pan y nos vinculemos y mantengamos “vivas las Conversaciones / de los Tres Tiempos, un contrato / que vincule a los que viven, / a los que están por nacer / y a los que están muertos”[21]. Porque de lo contrario nuestro apocalipsis no tendrá esa segunda parte feliz en que coincida el tiempo de los seres humanos y el tiempo de la naturaleza y nos veremos abocados sin remedio a la pronta y definitiva desaparición. Como dicen las Hermanas Mayores: “El tiempo y el suceso imprevisto acaecen a todos. / Siempre se tercia, / para cada hombre, la ocasión y la suerte”.[22]
Conrado Santamaría Bastida
Imagen: Ernst Haeckel. Die Radiolarien, Tafel XXIII, 1862.
[1]https://www.elperiodic.com/obra-toca-pies-elegido_679250?fbclid=IwAR3jCgQhuX_JTxDSgbPeRClqQ5I1LRHsRDQMeAMW03oOyd14mUFkjwubOSg
[2] Sílithus, pág. 111.
[3] Sílithus, pág. 59.
[4] https://www.elperiodic.com/obra-toca-pies-elegido_679250?fbclid=IwAR3jCgQhuX_JTxDSgbPeRClqQ5I1LRHsRDQMeAMW03oOyd14mUFkjwubOSg
[5] Sílithus, pág. 139.
[6] Sílithus, pág. 145.
[7] https://silithus-falcon.blogspot.com/
[8] https://silithus-falcon.blogspot.com/2020/03/las-anotaciones-completas.html
[9] Sílithus, pág. 126.
[10] Sílithus, pág. 128.
[11] Sílithus, pág. 125.
[12] Sílithus, pág. 73.
[13] Sílithus, pág. 21.
[14] Sílithus, pág. 41.
[15] Sílithus, pág. 79.
[16] Sílithus, pág. 116.
[17] Sílithus, pág. 42
[18] Sílithus, pág. 67.
[19] Sílithus, pág. 69.
[20] Sílithus, pág. 100.
[21] Sílithus, pág. 118.
[22] Sílithus, pág. 17.
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